Archive for category Cultura
Los libros versus Peña Nieto y demás polÃticos
Posted by Humberto Rivera Navarro in Crítica, Cultura, Política, Uncategorized on 5 diciembre, 2011
La metida de pata de Enrique Peña Nieto el sábado en la Feria del Libro de Guadalajara nos ha dado, además de mucho material para reÃr, una muestra más de la pobre cultura de nuestros polÃticos. Si se fija uno bien, Peña Nieto enfatiza «leà otro libro». Es decir, no está intentando responder qué libros han tenido impacto en su vida sino qué libros ha leÃdo; tan sólo eso le cuesta mucho trabajo, no por la abundancia sino por la escasez.
Pero creo que hay que ser más considerados con él. Al parecer, no le es fácil captar dos o más datos al mismo tiempo, por lo que los tÃtulos, los nombres de los autores y el contenido del libro son demasiado.
Por otra parte, tengo la impresión de que Peña Nieto no es el peor entre los polÃticos (en cuanto a cultura). Creo que la mayorÃa de ellos ni siquiera tendrÃan a la mano tÃtulos y autores para confundirlos. Es más, quizá no entenderÃan la pregunta. ¿Los libros pueden tener impacto en la vida personal y polÃtica de alguien? ¿Es importante acordarse de los libros de texto de la preparatoria? ¿Hay de otros libros? La razón de haber comprado el último libro que un negro le escribió al polÃtico de su preferencia es sólo la de apoyar a este último y tratar de convencerse de que algunas frases de ese encuadernado son geniales, para poder citarlas cuando consideren oportuno.
Por cierto, algunas frases de polÃticos plantean al lector preguntas inquietantes. ¿Va en serio? ¿Tiene un sentido profundo que me elude? ¿El autor es un idiota? Por ejemplo, un candidato a delegado de Ãlvaro Obregón ensucia bardas con frases como (sic preventivo) «respetar al peatón es respetar al conductor del mañana», en algunas versiones con puntos suspensivos intermedios y aleatorios. Otra es «cuando insultas a una mujer insultas a todas, a tu madre, a tu hermana, a tu abuela». No estoy seguro de estar siendo fiel a la letra de esta segunda frase pero sà a su espÃritu (chocarrero).
Ahora que es muy probable que, como los libros, las frases de los polÃticos tampoco sean en verdad de su autorÃa. Detrás de ellas deben estar brillantes asesores convencidos, como el resto de los que medran alrededor de los polÃticos, de que su asesorado es un genio. Ese convencimiento es lo que explica que ninguno de los asesores de Peña Nieto le haya elaborado una tarjeta con diez tÃtulos de libros y sus respectivos autores para citarlos en su presentación. No tenÃan que esperar la pregunta de los tres libros con más influencia en su vida, pero podÃan haber pensado que su jefe se verÃa muy bien si dejaba caer un tÃtulo por acá y otro por allá mientras echaba para adelante cara y copete. Si constatar (que no descubrir, por Dios) que nuestros polÃticos son incultos ya es triste, constatar que sus asesores son ineptos merma más nuestras esperanzas ciudadanas.
Pero no todo debe ser pesimismo. Las editoriales, los autores y las librerÃas tienen una gran oportunidad de incrementar sus ventas desde ahora y hasta el cierre de las campañas veladas o manifiestas que ya se desataron para una gran cantidad de puestos. Para empezar, sin tener que invertir ni planear, Gandhi, El Sótano, El Péndulo y el Fondo, entre otras librerÃas, pueden poner a la entrada de sus establecimientos una mesa igual a las que colocan cuando un autor muere o gana un premio. Esta contendrÃa tÃtulos como Los 1000 libros que hay que leer antes de morir, Datos para parecer culto o Toda la cultura en cápsulas de cinco minutos (mejor, tres minutos). PodrÃan capacitar a sus vendedores (a propósito, muy necesitados de formación, ¿me escuchas, Gandhi?) para ofrecer a los polÃticos (o a los choferes que manden de compras) una lista selecta de libros dignos de ser mencionados como influyentes en su trayectoria.
Las editoriales y los autores tendrÃan grandes ventas si cocinan al vapor un texto que emule aquellos de Frases célebres para toda ocasión y que se podrÃa titular Libros citables para toda ocasión. Se compondrÃa de cincuenta (no más, no tendrÃa caso) fichas bibliográficas con los datos de costumbre: autor (La Biblia podrÃa ser atribuida a Varios autores o a EspÃritu Santo, según el enfoque del compilador), tÃtulo, editorial, fecha de publicación, etc. Para darle valor agregado, se podrÃa incluir un rubro de «Posibles confusiones», donde se harÃan aclaraciones como Jorge Luis Borges no es igual a José Luis Borgues, Mario Vargas Llosa no es colombiano y Enrique Krauze no es el alter ego de Carlos Fuentes. Pero la aportación principal serÃa una clasificación de los libros según su afinidad o disparidad entre las ideas que proponen o las situaciones que narran y las propuestas (es un decir) de cada partido polÃtico. PodrÃa ponerse el logo del partido y, al lado, una mano con el pulgar hacia arriba o hacia abajo. Claro que si los libros seleccionados son buenos, la mayorÃa de los pulgares, con independencia del partido, apuntarÃan hacia abajo.
Los «grados» de separación en Facebook
Posted by Humberto Rivera Navarro in Comunicación, Crítica, Cultura, internet, Tecnología on 26 noviembre, 2011
Esta idea de que en lugar de seis, son 4.7 los contactos entre dos personas cualesquiera en el mundo ha sido mal entendida y sobrevalorada.
En primer lugar, la cifra de los 4.7 llamados «grados de separación» se refiere a los usuarios de Facebook, lo que no es una gran sorpresa. Si hiciéramos algo asà con los aficionados al Guadalajara, los suscriptores de Teléfonos de México o los ex-alumnos de los jesuitas, la cifra muy probablemente serÃa menor. No es que la tecnologÃa nos acerque (que sà lo hace pero no es la explicación de este dato), se trata de algo más simple: si 721 millones de personas se suscriben a Facebook y lo hacen para comunicarse con sus amigos, es lógico que haya más proximidad entre esos usuarios que entre el total de la población mundial.
Además hay que recordar que, de alguna manera, ese tipo de estadÃsticas son promedios. No es que los 4.7 o los seis pasos se cumplan en cada par de personas de Facebook o del mundo, algunos estarán separados por dos pasos, otros por decenas. El estudio de Facebook se basa en una población en la que supuestamente no hay barreras, cualquier amigo es igual de amigo para el conteo. Por supuesto, esas personas que aparecen como amigas, con frecuencia no se conocen realmente o no estarÃan dispuestos a que algunos de esos amigos tuvieran que ver con ellos algo más que ver sus fotos de vacaciones y sus anuncios de que entraron a cierto restaurante.
El otro dÃa un comentarista dijo que conforme más personas se suscribieran a Facebook la cifra disminuirÃa. HabrÃa que hacer cálculos (que desgraciadamente exceden mi conocimiento de las matemáticas), pero, en principio, tengo la impresión de que la distancia entre los usuarios no variará por el mero incremento de usuarios sino por la cantidad de vÃnculos (amigos) que ellos establezcan. La tecnologÃa posibilita el acercamiento pero no acerca por sà misma, nos necesita a nosotros.
DÃa Internacional de la Mujer
Posted by Humberto Rivera Navarro in Crítica, Cultura, Desarrollo humano, Género, Sociedad on 8 marzo, 2011
«Â¡Gracias por existir!». Nooo, por supuesto.
«Â¡Son super!». ¿Sólo por ser mujeres?
«Â¡Nunca cambien!». Qué friega.
Ah, lanzar loas a la feminidad. ¿Y dónde está esa esencia femenina? Si existe, ¿cuántas la asumen?
Agradecer a las mujeres que han hecho posible mi vida y la siguen haciendo rica. Quizá, pero no sólo un dÃa. ¿Y los hombres?
Insistir en que seguimos dando menos oportunidades a las mujeres que a los hombres; advertir que usamos para ello tanto formas sutiles y hasta aparentemente elogiosas como otras descaradas y brutales; recordar que en muchos ámbitos esa desigualdad es una franca opresión; señalar los estereotipos de lo femenino (desde las habilidades para conducir un auto hasta la conflictividad y la sujeción a «las hormonas») que ayudan a reforzar la discriminación; reconocer que han hecho muchas contribuciones y tienen importantÃsimos y múltiples papeles en la sociedad, algunos en los mismos campos que los hombres, otros en campos distintos; proclamar que no se necesita de esos logros para respetar los derechos de todas las mujeres como seres humanos; denunciar que a veces se reconoce su capacidad sólo para imponerles más cargas y responsabilidades; aceptar que somos diferentes, al menos fisiológicamente, y que el respeto no se debe ejercer sólo en aquello que nos asemeja sino también en lo que ellas tienen de particular; proponer que establecer una relación entre mujeres y hombres libre, justa y respetuosa no se alcanza por una ley ni por un manifiesto sino por el diálogo y el trabajo diario. Asà sà me uno al DÃa Internacional de la Mujer.
Por qué no leo revistas para hombres
Posted by Humberto Rivera Navarro in Artículos, Comunicación, Crítica, Cultura, Erotismo, Escritura, Fotografía, Periodismo on 23 enero, 2011
Las revistas que se presentan como publicaciones para hombres ocupan áreas grandes de los puestos callejeros o de tiendas como Sanborns, abarcan sólo un poco menos de espacio que las revistas para mujeres. Los tÃtulos son parte de la cultura popular: Maxim, GQ, Hombre, Men’s Health, Interviú, Playboy, por supuesto, y un largo etcétera. Sus temas principales son mujeres, sexo, polÃtica, pasatiempos, gastronomÃa, gadgets y moda. Este artÃculo se trata de por qué no me gusta leerlas.
No es que los temas mencionados no me interesen. Me interesan todos en mayor o menor medida (excepto la moda, lo cual sufren quienes tienen que convivir conmigo), lo que no me gusta es la manera en que son tratados en las revistas para caballeros. Calificaré a ese tratamiento con un adjetivo que quizá sorprenda al lector. Esas revistas me parecen cursis. Para aplicar este calificativo me atengo a las acepciones proporcionadas por la Real Academia Española (y las estiro un poquito):
1. adj. Se dice de un artista o de un escritor, o de sus obras, cuando en vano pretenden mostrar refinamiento expresivo o sentimientos elevados.
2. adj. coloq. Dicho de una persona: Que presume de fina y elegante sin serlo. U. t. c. s.
3. adj. coloq. Dicho de una cosa: Que, con apariencia de elegancia o riqueza, es ridÃcula y de mal gusto.
Las revistas para hombres pretenden en vano ser atrevidas, eróticas y conocedoras de la música, la tecnologÃa, la comida y el sexo. Lo que se obtiene es un producto de mal gusto. Me explico.
Los artÃculos sobre temas sexuales parecen extraÃdos a fuerza de la mente aburrida de un redactor en su escritorio, no ser producto de una experiencia, ni siquiera resultado de un saber teórico. Las recomendaciones para incrementar el disfrute son generalizaciones artificiales, las supuestas observaciones picantes son mera calentura adolescente y las descripciones de prácticas sexuales novedosas palidecen ante cualquier manual amatorio de siglos atrás.
Las reseñas de discos, libros y pelÃculas responden a machotes que no requieren el haber escuchado, leÃdo o visto las obras reseñadas. Tratan de salir del paso con un par de comentarios burlones, si están en contra de la obra, o con hipérboles gratuitas tomadas de fuentes de similar cursilerÃa, si quieren promoverla.
Los comentarios sobre instrumentos tecnológicos, los famosos gadgets, delatan a la primera el haber sido extraÃdos de los boletines de prensa de las compañÃas fabricantes.
De los artÃculos de la actualidad polÃtica y social, ya ni hablar.
Encima de todo, es frecuente que los redactores usen un tono de expertos que se dirigen a unos lectores ignorantes, reprimidos y sin sofisticación.
Claro que cuando las revistas masculinas tienen plumas invitadas, esos escritores y periodistas suelen ofrecer textos con temas diferentes a los que publican en revistas con un mercado más amplio pero con la misma calidad, por lo que casi siempre resultan interesantes. Pero un artÃculo no es suficiente para comprar toda la revista.
Sé que el lector debe estar pensando: ¿y las fotografÃas? Es obvio que el contenido central de las revistas que estoy criticando son las fotografÃas de mujeres en diferentes grados de desnudez, por lo que serÃa injusto evaluar estas publicaciones con base en lo que no es su fuerte. Bueno, si mis opiniones sobre los artÃculos fueron muy subjetivas, las que siguen lo son todavÃa más. Creo que la mayorÃa de las fotografÃas y reportajes fotográficos de las revistas en cuestión son también cursis. Ya no digo que pretendan ser eróticas o artÃsticas sin lograrlo. En general, pretenden ser simplemente excitantes o estimulantes sin conseguirlo tampoco.
No es que esas fotos muestren poca o mucha piel sino que muestran siempre a la misma mujer, al mismo molde, aunque las modelos sean diferentes. Siempre usan los mismos motivos, las mismas tomas, los mismos escenarios, la misma iluminación. Cuando quieren ser diferentes y ponerse artÃsticos, la cursilerÃa gana. En lo personal, prefiero un reportaje fotográfico que dé acceso a diferentes facetas de una buena actriz que admiro, aunque se desprenda de pocas prendas, al de una desconocida cuyo único interés es el pie de foto según el cual tuvo su primera relación sexual con su primo a los quince años y no teme a experiencias nuevas, o al de una mujer que es sólo popular por los escándalos que provoca para vender sus fotografÃas sin ropa. Pero esos reportajes con una entrevista incisiva y una fotos reveladoras tanto del cuerpo como de la personalidad de una mujer no se encuentran frecuentemente en las revistas masculinas. ¿Son demasiado fuertes para ellas?
Otra vez, hay excepciones entre los diferentes números de estas revistas pero, ante el anuncio en portada de una sesión fotográfica prometedora prefiero mantener la cartera en el pantalón y ojear la revista en Sanborns o buscar algún buen samaritano que haya subido a su página web personal las imágenes y la entrevista que las acompaña.
Hay dos caracterÃsticas más que me disgustan de las revistas para hombres, las cuales quizá no tienen tanto que ver con la cursilerÃa. Una es la ausencia de Ãndice o la dispersión de este a lo largo de varias páginas, además de que muchas de las páginas no tienen número, por lo que encontrar un artÃculo se vuelve una tarea detectivesca. El otro defecto tiene que ver con el elevado número de fotografÃas publicitarias de hombres que miran al lector fija y seductoramente para decirle cuál es la última moda en suéteres, pantalones o calcetines. Son tantas o más que las fotografÃas de mujeres en la misma actitud. ¿Que no eran revistas masculinas?
En fin, antes de terminar, mencionaré otra excepción a todo eso que no me atrae. Se trata de la revista SoHo, originada en Colombia y que acaba de lanzar el número 0 de su edición mexicana. Sus asuntos son los mismos que los de otras revistas para hombres pero su tratamiento es, por lo general, mucho mejor. La presencia de buenos escritores y periodistas no es esporádica sino regular, con una participación notoria de mujeres (ellas son lo que nos interesa a los hombres, sea que muestren su cuerpo o sus palabras, ¿no?).
Los artÃculos con tema sexual no están escritos desde la necesidad de crear un texto supuestamente lujurioso para vender ejemplares sino desde la experiencia, las ideas o las preocupaciones de los autores de uno y otro sexo (que pueden resultar bastante excitantes).
Cada número tiene un tema que se mueve entre lo novedoso, lo morboso y lo profundo: cómo es vivir con una prótesis (es decir, cualquier objeto que suple una parte o función corporal), cómo es la vida de los pordioseros que “trabajan†en las esquinas concurridas de una gran ciudad o qué se siente acudir a los practicantes de las diferentes ramas del esoterismo, entre otros. Un conjunto de plumas experimentadas revisa las diferentes caras de estos problemas con espontaneidad, humor y, por supuesto, buena escritura.
Las colaboraciones femeninas no hablan de la mujer desde la biologÃa, la psicologÃa o el feminismo (o sÃ, pero no exclusivamente) sino desde la particularidad de mujeres reales que no pretenden hacer generalizaciones fáciles sino sacudir a los hombres con humor y elegancia. Además hay cuentos, reflexiones polÃticas, reportajes sobre figuras públicas y púbicas y reseñas sin pretensiones pero informativas.
El punto más endeble, como en las otras revistas, es la fotografÃa de desnudos o semidesnudos pero, de todos modos, SoHo supera a sus competidores pues con más frecuencia que ellos ofrece fotorreportajes cuyo mérito radica, para mÃ, en que ni las modelos ni los fotógrafos se toman demasiado en serio. Los temas son juguetones: cómo serÃa un dÃa en la vida de una actriz pero sin ropa (no sé si lo lograron con base en montajes o si lograron la colaboración del resto de los asistentes a un restaurante o supermercado), una entrevista doble a una modelo y a su madre, quien también posa semidesnuda, o una serie de fotografÃas con una periodista que por primera vez da otra cara.
Espero que SoHo México conserve las buenas costumbres de su hermana mayor colombiana y no se vea maniatada por un ambiente cultural en el que predomina lo solemne, lo pedante y lo mojigato.
Un México ganador
Posted by Humberto Rivera Navarro in Cultura, Elecciones 2011, México, Política, Sociedad on 16 enero, 2011
Después del famoso puente Guadalupe-Reyes, retomo Notas al pasar y le deseo lo mejor para 2011 a todos los que tienen la amabilidad de visitar este blog. Sin más preámbulo, voy al tema de un México ganador.
Hace algo más de quince años asistà a una función de danza en la que se rindió homenaje a dos miembros de la compañÃa: a la primera bailarina (entonces prometida y hoy esposa de un querido y antiguo amigo), que se retiraba ese dÃa, y a la directora, por su trayectoria. De esta última se leyó una semblanza que impresionó no sólo a los que la conocÃamos superficialmente sino incluso a los enterados. Cuando la directora tomó la palabra se refirió una y otra vez, de una manera y otra, a la lucha que habÃa librado a lo largo de su carrera. No especificó contra quién habÃa luchado pero creo que más de un asistente sospechó de la burocracia cultural y de los colegas envidiosos. Cuando salÃamos de la función, Paco Donovan, un jesuita gringo que tenÃa más de veinte años en México, me dijo, palabras más, palabras menos: “los mexicanos se enfocan en sus luchas y no se dan cuenta de sus logrosâ€.
En efecto, aunque se podÃa atribuir el tono del discurso de la homenajeada a su modestia o a una disposición a disfrutar el camino tanto o más que el arribo al destino, la verdad es que se habÃa presentado como vÃctima sufrida y no como vencedora de obstáculos a pesar de sus innegables y numerosas conquistas. No tengo elementos para decir si esta afirmación de Paco se aplica a la mayorÃa de los mexicanos pero sà tengo algunas experiencias por las que me atrevo a postular la hipótesis de que muchos mexicanos (me incluyo entre ellos, ver mi publicación del 15 de septiembre de 2010) no solemos ver lo que vamos logrando como paÃs.
Sà reconocemos un gran pasado que algunos sitúan antes de la colonia, otros en la Nueva España, en la Reforma, en el Porfiriato o en la Revolución Mexicana, según sus afinidades. Por supuesto, apreciamos nuestra variada y rica naturaleza. No se diga lo orgullosos que estamos de nuestra gastronomÃa. Pero, de alguna manera, todo eso nos fue dado. Sobre lo que hoy somos y hacemos llegamos a señalar nuestra creatividad, entendida casi siempre como habilidad para saltarnos las trancas, pero no mucho más. A veces pareciera que el paÃs funciona (porque, a pesar de nuestras justificadas quejas, mal que bien, marcha) sin mexicanos, que no somos nosotros los que hacemos que las cosas pasen.
Por su parte, los partidos polÃticos refuerzan esta percepción al ofrecer: a) darnos lo que necesitamos porque ellos saben lo que realmente queremos, b) vengarnos de las injusticias que los malos nos han infligido, c) prohibir aquello que nos da miedo o d) recuperar el poder para hacer lo que hacÃan (¿bien?) antes de perderlo sin hacer un ajuste de cuentas con las barbaridades que cometieron. Es decir, entre sus propuestas no está dirigirnos para mejorar juntos al paÃs, para alcanzar un mejor México del que todos podamos sentirnos responsables y orgullosos. Ellos quieren hacer las cosas por nosotros. Parece que lo único que no quieren hacer por nosotros es tomar las decisiones difÃciles que le corresponden a quienes han optado por la polÃtica.
Por lo anterior, me llamó mucho la atención que, en su primer dÃa como presidente, Felipe Calderón dijera (otra vez, palabras más, palabras menos) que querÃa ver un México ganador. Nunca habÃa oÃdo a un polÃtico decir algo semejante. Lo nuestro no parece ser ganar sino ser vÃctimas, tener mala suerte o, si acaso, como la directora de danza, luchar para casi llegar (ver al respecto el artÃculo “¡El que sigue!â€, de Juan Villoro en Reforma del viernes 14 de enero). No sé si esa intención de Calderón (que repitió en el mismo discurso al menos una vez) fue transformada en estrategia de gobierno pero no veo evidencia de que los mexicanos nos sintamos más ganadores. Más aún, no veo que los mexicanos tengamos más deseo que antes de ser ganadores en el sentido de responsables activos del desarrollo del paÃs. Tengo la impresión de que, en general, seguimos esperando que regresen los que dicen que hacÃan las cosas bien olvidando su autoritarismo y su corrupción, que un mesÃas nos vengue de las afrentas sufridas o que alguien ponga orden.
Ahora bien, en el segundo párrafo de este texto di por hecho que los mexicanos tenemos algunos logros por los que podrÃamos sentirnos, al menos, un poquito ganadores. El ensayo «Regreso a futuroâ€, de Jorge Castañeda y Héctor Aguilar CamÃn, en nexos de diciembre me hizo reflexionar al respecto. Los autores sostienen las tesis de que México “es preso de su pasado†(planteada en otro artÃculo un año antes) y de que “es preso también de la idea pobre que tiene de sà mismoâ€. Recogen un gran conjunto de datos variopintos (estadÃsticas, impresiones, anécdotas, opiniones de entrevistados) para afirmar que el paÃs es mejor que lo que pensamos, que es mejor que antes y que sigue mejorando. Su análisis es desigual y más contradictorio de lo que ellos mismos reconocen (por ejemplo, como prueba de lo erróneo de las opiniones negativas que los mexicanos tenemos citan varias veces las opiniones positivas de algunos mexicanos), asumen supuestos cuestionables, pero sin duda logran presentar al lector un panorama mucho más complejo y prometedor que el de un paÃs atrasado sin remedio. No repetiré aquà esa información pues hay acceso libre al artÃculo en la revista, pero no quiero dejar de mencionar que, además de reunir muchos datos útiles, Castañeda y Aguilar CamÃn problematizan los criterios que usamos para valorar lo que hemos alcanzado. No sacan todas las conclusiones sobre ello pero no le dejan a uno otra opción más que reconsiderar los insumos y perspectivas con los que pensamos a México y, de inmediato, voltear para ver de nuevo, con ojos más abiertos, aquello con lo que nos tropezamos a diario.
Plantean también algunos de los nudos a desatar para contar con un futuro mejor. Y al ver hacia adelante señalan lo que le toca al gobierno, en particular al ejecutivo federal, y lo que nos toca a los ciudadanos. Y vinculan a ambos a través del término “liderazgo didácticoâ€. Se trata, hasta donde lo pude entender, de una labor que corresponde a los polÃticos y consiste en reducir la separación entre “las aspiraciones más concretas e inmediatas de la sociedad y las decisiones de grandes cambios que pueden colmarlasâ€. Esto pasa por reconocer lo que piensan, sienten y necesitan los ciudadanos y por ayudarlos a entender cómo se puede obtener lo que quieren y los lÃmites, obstáculos y requisitos que se encuentran en el camino. Hallo muy ricos estos contenidos para la noción de liderazgo didáctico, pero me gustarÃa ampliarlos, pues los veo insuficientes para sustentar un quehacer polÃtico y gubernamental que nos mueva hacia la responsabilidad ciudadana, hacia la participación, hacia querer ser y sentirnos ganadores. El concepto psicológico de autoeficacia viene entonces a cuento.
La autoeficacia consiste en las creencias que tienen las personas acerca de su capacidad de realizar satisfactoriamente una tarea (de esa manera, se puede distinguir la autoeficacia de una persona para el estudio, para ser padre, para cuidar de su salud o para ejercer una profesión u oficio). La autoeficacia está en la base de la persistencia ante los obstáculos, de la planeación de la acción, de la apertura al cambios, entre otras actitudes y conductas constructivas. Para fortalecer su autoeficacia una personas requiere, entre otros factores, percibir sus logros pasados; identificar la relación entre lo que ella hizo y esos logros, al tiempo que admite sus errores y los convierte en oportunidad de cambio; aprender de otros que es posible realizar bien las tareas en cuestión y recibir una retroalimentación positiva por sus acciones y éxitos.
Los polÃticos y gobernantes deberÃan ser promotores de lo que se podrÃa llamar autoeficacia ciudadana. Para eso tendrÃan que favorecer la libre circulación de información objetiva sobre la situación del gobierno y del paÃs en general; presentar los resultados de sus acciones como producto de todos, no sólo de ellos; abrir la discusión de los grandes temas nacionales y abrirse ellos mismos a la discusión; hacer públicos los diferentes escenarios y traer a revisión las experiencias nacionales y extranjeras, sin miedo a reconocer que no tienen todas las respuestas; reconocer con precisión las insuficiencias de ellos y de los ciudadanos para precisar los asuntos pendientes y las conductas a mejorar en los gobernantes y los gobernados; proponer retos a la ciudadanÃa como quien trata con personas capaces de las que se puede esperar mucho. De alguna manera, tendrÃan que ser como los buenos maestros.
Ahora que, por donde se mire, México está en plena carrera electoral, me gustarÃa ver que los partidos polÃticos, asumiendo un liderazgo didáctico, no sólo ofrecieran soluciones sino que propusieran hacernos parte de las soluciones (por supuesto, sin desentenderse de sus obligaciones) para, entre todos, hacer un México ganador, uno cuyos ciudadanos estén orgullosos del presente que ellos mismos han creado, no sólo de lo que otros mexicanos más o menos etéreos les entregaron. Y me gustarÃa que los mexicanos nos hiciéramos cargo de nuestras responsabilidades, entre las cuales están exigir a los partidos planteamientos inteligentes y pensar qué queremos para este paÃs, cómo queremos verlo ganador.
En congruencia con ese deseo, en algunas de las siguientes entregas de este blog retomaré el tema de hoy. Los invito a dejar sus comentarios acerca de su evaluación del paÃs (qué ha logrado, qué no, quién ha hecho su trabajo, quién no) y acerca de qué significarÃa que México fuera un paÃs ganador.
¿Dónde quedó la bolita?
Posted by Humberto Rivera Navarro in Crítica, Cultura, Periodismo, Política, Sociedad on 12 diciembre, 2010
Hace unos dÃas vi afuera de la estación Tacubaya del Metro a un estafador que se valÃa del truco de la bolita. Para quien nunca haya visto este tipo de estafa, se trata de esconder una pelotita muy pequeña debajo de uno de tres objetos cóncavos -tapas de frasco en este caso-, mover rápidamente las tres tapas y pedirle a un observador que adivine debajo de cual está. Lo normal es que haya una apuesta de por medio. Cuando llegué a donde estaba este timador, le acababa de esquilmar cien pesos a uno que tenÃa apariencia de albañil. De inmediato, una mujer que estaba viendo dijo, «a ver, yo» mientras extendÃa un billete de quinientos pesos. «Â¿Quinientos?», le preguntó el defraudador. Ella dijo que sólo doscientos. El hombre de la bolita hizo su juego, la mujer puso su dedo sobre una de las tapas, dudó y finalmente eligió otra en la que estaba la bolita. «Ganó» doscientos pesos y el albañil se aprestó a apostar de nuevo ante la evidencia de que se podÃa ganar. El truhán y su palera habÃan actuado de manera impecable.
Además del coraje por ver cómo le robaban su sueldo a un trabajador a plena luz del dÃa, mi otra reacción fue preguntarme: ¿cómo es posible que alguien crea que le va a ganar al tahúr?. El problema de jugar a la bolita no es vencer con la vista la velocidad de unas manos, ni calcular y superar las probabilidades. El problema es que no hay bolita. El estafador la esconde entre sus dedos mientras sigue desplazando las tapas para distraer al incauto. Después de que este último escoge una tapa vacÃa (todas están vacÃas) y pierde, el timador empieza de nuevo. Si se llega a ver forzado por la duda del perdedor, lo único que hace es deslizar la bolita debajo de otra tapa mientras la levanta. Si los clientes son escasos, hasta puede dejar ganar a un jugador auténtico. Supongo que también habrá ocasiones en que tienen que salir corriendo.
Después de hacerme la pregunta del párrafo anterior me surgió otra: ¿es este juego la única situación en la que creemos que hay bolita cuando no hay nada en realidad? Mi respuesta casi inmediata fue que no, que hay muchas otras situaciones en que las personas nos convencemos o dejamos que nos convenzan de que podemos encontrar algo inexistente y beneficiarnos con ello. El ámbito en el que esto ocurre más claramente es el de la polÃtica. Debajo de los discursos con voz engolada y con pelo engominado, de los pleitos entre partidos, de la defensa exaltada de posturas, de la indignación ante las posturas de los contrarios, de las alianzas y las rupturas, con frecuencia parece no haber nada más que las tapas, es decir, intereses personales o de grupo. Los ciudadanos, por nuestra parte, nos ponemos de un lado o de otro o, si queremos ser más analÃticos, tratamos de ver lo positivo y lo negativo en los diferentes planteamientos. En ambos casos, creemos que hay algo digno de ser discutido, apoyado o rechazado, imaginamos que hay una propuesta que, de salir adelante, puede beneficiarnos. Por supuesto, también existen aquellos escépticos que piensan que no vale la pena dedicarle tiempo a considerar lo que dicen o hacen los polÃticos porque estos sólo ven por su propio interés, es decir, porque no hay bolita.
Me parece triste decirlo, pero creo que, ante un asunto especÃfico que se esté discutiendo entre polÃticos, un escéptico tiene mayor probabilidad de dar en el clavo que quienes se pongan a hacer un balance de pros y contras. Escribà «mayor probabilidad», no que los escépticos siempre tengan a razón. Y esa es la cuestión. Con frecuencia, debajo de los intereses propios de los gobernantes (y aspirantes a serlo) sà hay una bolita, un problema real que puede ser resuelto con mayor o menor beneficio para la población. Peor todavÃa. Aunque sólo existan las tapas, es decir, la pura conveniencia de los lÃderes, el hecho es que lo que resulte afectará a los ciudadanos, cuando menos porque se están usando recursos del erario. Cuando más, porque la decisión facilitará o hará más difÃcil su vida. En fin, la trampa consiste en que, aunque estemos ciertos de que no hay bolita, aunque sepamos que ganaremos sólo si el tahúr quiere dejarnos ganar, tenemos que estar atentos al juego de la polÃtica, si no queremos perder más.
Eso sÃ, tenemos que estar atentos a los posibles paleros. Estos, en primer lugar, son los mismos polÃticos, quizá más los que se oponen a una propuesta que los que la apoyan. Los opositores pueden ayudar a crear la ilusión de que una mala iniciativa purificada por sus crÃticas ya es aceptable.
Otros paleros son los comentaristas de los medios (incluyendo los blogueros como un servidor). Como los polÃticos opositores, los escribidores y locutores contribuyen a producir el espejismo con la ventaja añadida de que pueden parecer más imparciales o, al menos, preocupados por un valor que nosotros también apreciamos, llámese justicia, libertad o eficiencia.
Y asà se puede seguir identificando paleros hasta incluir, por ejemplo, a las lecciones de civismo, que nos enseñan cosas muy bonitas sobre el quehacer polÃtico. Pero aquà se impone hacer matices de nuevo. No estoy diciendo que todos los polÃticos que se oponen a uno de sus colegas, ni todos los articulistas de la prensa, ni todas las lecciones de civismo sean cómplices de engaño. Creo que muchos han asumido honestamente la necesidad de estar atentos a las tapas para esperar la ocasión en que de verdad habrá una bolita debajo o para limitar las repercusiones de la prestidigitación de los hombres y mujeres de estado, además de que algunos de estos últimos no pretenden abusar de los ciudadanos (¡sà los hay!).
En suma, a pesar de mi propio escepticismo, acepto que no nos quedan más que dos opciones: dejar que los polÃticos hagan con nosotros y nuestros recursos lo que quieran o aceptar el mal menor de dedicar tiempo a observar sus manos para reducir los daños, obligarlos a dejarnos ganar algunas veces y, en otras ocasiones, hacerlos correr. En lo personal me inclino por la segunda opción.
Número equivocado
Posted by Humberto Rivera Navarro in Comunicación, Cultura, Personal, Tecnología, Uncategorized on 27 noviembre, 2010
Era el año 1999, el del primer teléfono celular. El primero en mi vida, quiero decir. Era marzo o abril de ese año y yo tenÃa una hija casi recién nacida y otros dos debajo de los cinco años. Por experiencia sabÃa que en cualquier momento podÃa surgir una emergencia: que le subiera la temperatura a la bebé, que le dieran cólicos o, peor, que se le acabaran los pañales. Necesitaba que me pudieran localizar rápidamente si se necesitaba algo: medicinas, pañales o fórmula láctea. A pesar de que los celulares me habÃan parecido hasta entonces un instrumento de ostentación, creà conveniente comprar uno para, en caso de una emergencia, estar siempre localizable. SÃ, fui ingenuo, pensaba que ese aparatito realmente me mantendrÃa siempre al alcance. Si hoy en dÃa las famosas «Ã¡reas de servicio» fluctúan caprichosamente, hace once años eran de plano evasivas.
Mi primer equipo celular era de esos que se abren para usarlos (¿tipo polvera, les dicen?). Eso me resultaba un poco incómodo pero era relativamente bonito y pequeño (no querÃa cargar los ladrillos que solÃan verse en ese entonces). No sé cuántas llamadas hice o recibà en la primera semana con celular, no creo que hayan llegado a diez en total. La mayorÃa de ellas pasó a la categorÃa de llamadas perdidas o terminaron en el buzón de voz porque no habÃa señal o porque yo tardaba mucho en contestar. No estaba acostumbrado a la compañÃa del teléfono móvil y se me olvidaba qué significaba esa vibración en mi bolsillo. Lo curioso es que, de esas diez llamadas, cuatro fueron equivocadas y que, al pasar al buzón, tuvieron consecuencias funestas, aunque no para mÃ.
La primera vez que vi en la pantalla del teléfono que tenÃa un mensaje de voz me inquieté, pensé que era una emergencia de casa. Presioné el botón que debÃa llevarme al buzón de voz para escuchar el mensaje. Para mi sorpresa y alivio, una voz femenina, joven y cariñosa me decÃa, por error, palabras más, palabras menos: «te extraño mucho, pero ya vas a llegar, te amooo». «Número equivocado», pensé, y colgué.
Un poco más tarde ese mismo dÃa, habÃa otro mensaje en mi buzón. «Mi vida, ¿a qué hora sales? Estoy en la estética y después me voy a arreglar para que me veas muy bonita. No quiero que lleguemos tarde a la boda de mi prima, ¿no se te olvidó, verdad?». También le hacÃa saber que estaba ansiosa por presentarlo a su familia. Iba a presumir a su nuevo novio y parecÃa muy confiada en que causarÃa una gran impresión. Hizo además un par de comentarios sobre las habilidades amatorias del muchacho que me hicieron sonrojar. Me llamó la atención que se equivocara por segunda vez consecutiva pero supuse que el joven no tardarÃa en llamar a su amada y en sacarla del error.
No fue asÃ. Yo no contestaba las llamadas a tiempo. Entre darme cuenta de que el aparato estaba vibrando (siempre me ha disgustado la irrupción del tono de un celular), sacarlo del estuche, abrirlo y presionar el botón Send me tardaba tanto que quienes me estaban llamando colgaban o terminaban escuchando «este es el buzón de voz de cinco, cinco, tres, uno, cuatro, dos, nueve, cero, seis, seis, deje su mensaje». Por eso obtuve una tercera grabación. La muchacha se oÃa nerviosa. «Ya estoy lista, ¿eh? ¿Ya bajaste del avión? ¿Pasas por mà o paso por ti?». Estaba impaciente. De seguro no querÃa llegar sola a la boda después de haber anunciado a un partidazo. Consideré unos segundos la posibilidad de marcarle y decirle que sus anteriores mensajes no habÃan alcanzado su destino. No lo hice.
Por cuarta ocasión oà la voz de Lila (le doy un nombre porque a estas alturas ya creo que puedo dejar de llamarla «muchacha» y referirme a ella con más confianza), ahora borracha: «Â¿Qué te pasó hijo de la… Aquà me tienes de tu p… Qué poca madre tienes, c…» y lindezas por el estilo. PodÃa escuchar la orquesta y el murmullo de los asistentes detrás de la furia de Lila. Seguramente se habÃa sentido ridÃcula al aparecer en la boda sin el previamente publicitado galán. «Ya me lo sospechaba, Lila soñando otra vez», pudo haber dicho, despreciativa, una de sus primas. Y Lila se desquitó con mi buzón de voz. Después de maldecir al ausente con toda la desenvoltura que facilita la ebriedad colgó. No supe más de ella. ¿Volvió a intentar ponerse en contacto con su novio? ¿La llamó él y ella no le tomó la llamada? ¿Se aclaró todo y fueron muy felices?
Me pregunté entonces y me he vuelto a preguntar después, por qué no llamé a Lila para avisarle de su error. En primer lugar, me respondo que aquello me parecÃa un claro error de dedo, no concebÃa que ella tuviera mal registrado el número de su novio, asà que nunca prevà el desenlace. Pero, ante todo, no la llamé por discreción. Yo no debÃa saber lo que sabÃa y pensé que ella pasarÃa por una gran vergüenza al darse cuenta de que me habÃa revelado intimidades. Yo pasarÃa por chismoso. Recuérdese que se trataba de la era pre-Facebook. En ese entonces uno no tenÃa acceso a todo tipo de detalles y chismes de los amigos de los amigos (y de completos desconocidos) y mucho menos se sentÃa con derecho a decir «me gusta» o «súper, los amo, XD», cuando alguien daba a conocer a los cuatro vientos (perdón por el anacronismo de la expresión) que estaba con su pareja dándole de comer a los patos en Chapultepec.
Tal vez la discreción, ese componente de la buena educación, según mis padres, no es una virtud en la época de la comunicación multimodal y omnipresente, en un mundo con celulares, Facebook y Twitter.
¿Festejar la Revolución Mexicana?
Posted by Humberto Rivera Navarro in Crítica, Cultura, Política, Sociedad, Uncategorized on 21 noviembre, 2010
No es lo mismo la Independencia que la Revolución Mexicana. Me refiero a que tienen caracterÃsticas por las que no puedo contemplar de la misma manera los dos aniversarios que este año se están celebrando fastuosa e impuntualmente. Me explico.
La Independencia, al margen de la discusión sobre si debemos celebrar su inicio o su consumación, representa un claro punto de inflexión a partir del cual se puede hablar de un nuevo paÃs, asà sea sólo legalmente. Por supuesto, no todo es muy cristalino, para empezar, los intereses que consumaron la independencia no eran los mismos que los que la iniciaron. Pero al menos sabemos que esos diferentes intereses coincidÃan en la búsqueda de un paÃs independiente y que eso obtuvieron. Si alguien se siente mexicano, con todos los asegunes que esto tiene (ver los mÃos en mi publicación de hace dos meses en este mismo blog), puede celebrar el bicentenario de la Independencia como el nacimiento de este paÃs del que se considera parte.
La Revolución Mexicana no se presta para lo mismo. Podemos darle como inicio el 20 de noviembre de 1910 pero no podemos darle como fin el 25 de mayo de 1911 (menos de un año después), fecha en que Porfirio DÃaz renunció a la presidencia, es decir, cuando el levantamiento obtuvo lo que pretendÃa. En cambio, llamamos también Revolución Mexicana a los enfrentamientos ocurridos durante varios años más y que ya no tenÃan como objetivo derrocar a Porfirio DÃaz sino que uno u otro caudillo revolucionario llegara al poder. (Me parece curioso como el discurso del festejo del centenario llama a la Revolución Mexicana «el movimiento armado», como si fuera un solo movimiento medianamente coherente y no un tremendo enredo de intereses).
Si se considera al movimiento cristero como una respuesta a polÃticas instauradas por algunos de los caudillos, se puede decir que los enfrentamientos siguieron hasta 1929. Además, en ese año, Plutarco ElÃas Calles funda el Partido Nacional Revolucionario (PNR), que después se transformarÃa en Partido de la Revolución Mexicana (PRM) y, más tarde, en el Partido Revolucionario Institucional (PRI). Ese partido se encargó de canalizar polÃticamente (decir que electoralmente serÃa una burla) las luchas armadas previas entre revolucionarios. Desde cierto punto de vista, ese año de 1929 puede ser declarado (y varios historiadores asà lo hacen) el año de terminación de la Revolución Mexicana. Pero no el de su consumación, por la simple razón de que es difÃcil atribuir un objetivo a esas múltiples y cambiantes facciones que guerrearon durante diecinueve años. La Revolución Mexicana, entonces, no se consumó sino que se consumió.
Por otra parte, si hacemos caso a la retórica del PNR, el PRM y el PRI, la Revolución Mexicana continuó sin batallas por varias décadas más. PolÃticas educativas, movimientos artÃsticos y, sobre todo, el omnipresente PRI, trataban de crear la sensación de que todo lo que pasaba en este paÃs era resultado de la gloriosa Revolución Mexicana. Hasta para defenderse de sus crÃticos, el PRI acusaba a estos de tener intereses oscuros (también los calificaba de exóticos) contrarios a la Revolución Mexicana y a la nación que dicho partido se habÃa apropiado. Igual que los obispos se justifican como sucesores de los apóstoles, los priÃstas se justificaban como herederos (y alguno como cachorro) de la Revolución Mexicana. No necesitaban otro mérito o virtud (muchos de sus polÃticos, de hecho, no los tenÃan).
Al considerar los costos en vidas y en infraestructura de los casi veinte años de guerra y los costos en civilidad y en desarrollo económico de los setenta años de regÃmenes «revolucionarios», no puedo dejar de pensar la Revolución Mexicana de una manera similar a como pienso el sismo de 1985: abrió la puerta a algunas mejoras sociales, polÃticas y culturales y trajo otros males en los mismos terrenos pero, en sà misma, fue una desgracia. Por tanto, no veo cómo festejar la Revolución Mexicana. Puedo recordar lo que fue y lo que trajo; valorar a algunas personas y resultados, comprender a otros y repudiar a otros más; empatizar con los que sufrieron la violencia y con todos aquellos a los que la revolución no les hizo justicia sino que los ajustició con pobreza; puedo constatar los genes «revolucionarios» que perviven en nuestra vida pública. En fin, puedo tratar de aprender algo de la Revolución Mexicana, pero no festejarla.
Parecer antes que ser – los polÃticos, una vez más
Posted by Humberto Rivera Navarro in Cultura, Política, Sociedad on 12 noviembre, 2010
En su artÃculo de hoy en Reforma, titulado «Alto vacÃo», Juan Villoro habla de los gobernantes como incultos y dedicados a la apariencia contra la congruencia. Sus ejemplos son Sebastián Piñera, presidente de Chile y desconocedor del linaje nazi de la expresión Deutschland über alles; Luis EcheverrÃa, presidente de México de 1970 a 1976, desconocedor de la ubicación geográfica de BerlÃn y Antanas Mockus, candidato perdedor a la presidencia de Colombia. Este último es, de hecho, el contraejemplo de la tesis de VIlloro, pues, cito a Villoro: «Cuando le preguntan algo no concede una respuesta, sino que ofrece una reflexión. Eso lo perjudicó seriamente».
Si leemos los diarios, escuchamos los noticieros en la radio o los vemos en la televisión, podemos darnos cuenta de que la mayorÃa de los polÃticos no reacciona como Mockus y parecen tener como lema: «antes la incongruencia o la falsedad que tardarse en contestar». Desafortunadamente, parece que las posiciones de liderazgo, no sólo en el gobierno, sin también en la iniciativa privada, en la escuela o en el hogar, invitan a adoptar esa consigna. La salida fácil a los problemas que plantea ser lÃder es la de parecer fuerte sin serlo. Lástima que aparentar ser fuerte no sirve más que fugazmente si realmente no se tiene la fortaleza para impulsar a un grupo a identificar sus objetivos y a trabajar por ellos.
Reglas de etiqueta para Internet: ¿moda o necesidad? Siete reglas
Posted by Humberto Rivera Navarro in Comunicación, Cultura, Escritura, internet on 7 noviembre, 2010
“¿Sabe usted escribir un mensaje de texto en un teléfono celular?â€. Esta es la pregunta que podrÃa sustituir a la clásica “¿Puede usted escribir un recado?â€, que aparece en los cuestionarios de varios estudios sociales para conocer si una persona sabe leer y escribir o es un analfabeta funcional. Se podrÃa preguntar también si el entrevistado escribe en su muro de Facebook o si “tuiteaâ€, al menos, de vez en cuando. No tengo estadÃsticas, pero basta observar un rato a la gente en las calles, en las oficinas, en los restaurantes, en las escuelas o en el Metro para poder concluir, de manera poco cientÃfica pero incontrovertible, que son muchos los que usan alguno de estos medios para comunicarse con sus conocidos o desconocidos. Y que seguramente son más que los que escriben un recado en su casa o en su trabajo.
Ante este fenómeno, muchos hablan del nacimiento de una nueva forma de escritura y algunos proponen reglas de etiqueta para ella. De hecho, las reglas de etiqueta para Internet (o netiqueta si traducimos el inglés netiquette) existen desde los ochenta, antes de que existiera la world wide web, es decir, antes de que pudiéramos hacer clic en las páginas cuya dirección empieza con “http://“. Y muchas de esas reglas son muy pertinentes para aprovechar la red y no causar molestias innecesarias a los destinatarios de nuestros mensajes. De hecho, se refieren no tanto a la forma de escribir los textos sino a la forma de difundirlos. Sin embargo, las recomendaciones que más circulan en las revistas y en las secciones de Internet de los diarios son del tipo: “no escribas con mayúsculas porque en Internet eso es como si estuvieras gritandoâ€. Como si los textos en Internet fueran distintos a los que se pueden escribir en papel.
Concedo que un mensaje SMS por celular o una publicación en Twitter pueden requerir ajustar un poco nuestra escritura. Pero no es la primera vez que un medio nuevo provoca esto. No tenemos que irnos hasta la invención de la imprenta o más allá. El telégrafo (¿lo conocen los menores de 30 años?), hoy usado para poco más que amenazar a los deudores de los bancos, ya exigÃa que escribiéramos cosas como “BIEN SALUD. VENTAS HELADO MAL. MUCHO FRIO (sic, si mal no recuerdo, no habÃa acentos en los telegramas, como tampoco minúsculas). FAVOR ENVIAR DINEROâ€. Como la tarifa más baja sólo permitÃa diez palabras, no podÃa uno decir: “Querido padre. Me encuentro gozando de buena salud a pesar del intenso frÃo. Pero, como te imaginarás, la gente no compra helados en esta época y mi negocio está a punto de quebrar. Por favor, envÃame el dinero que pueda para irla pasando hasta que llegue la primaveraâ€. La diferencia con los mensajes de texto o Twitter es que el mensaje debe ser corto en caracteres, no en palabras. Esto explica que se diga “Toy bien pero sin $ pq mucho frio (sic, quienes escriben SMS no suelen poner acentos) y no vendo helados manda $ pf (tampoco suelen añadir comas)â€. Esos son menos caracteres que los 150 que proporciona Telcel por la cuota mÃnima. Esto es muy práctico y ahorrativo si uno necesita comunicarse con el teléfono celular, pero dista mucho de ser una solución originalÃsima y genial. Ni hablar de recomendarla para otros medios, ni siquiera para los correos electrónicos. Se cobre por caracteres, por palabras, por kilobytes o por gramos (el correo ordinario), la comunicación completa y clara en el lenguaje conocido por la mayorÃa de los hablantes es insustituible, sobre todo si se quiere decir algo más que “hola wey, vms al cine? (sic por la transcripción de güey, derivación de buey, y por la ausencia del signo de interrogación inicial)†o (“trae leche y panâ€). Por algo no se ha generalizado la taquigrafÃa, escritura económica por excelencia.
Lo que quiero decir es que ni los mensajes por celular ni el correo electrónico reinventan la escritura. Es obvio que introducen nuevas condiciones, que imponen adaptaciones en nuestra forma de escribir. Pero no exigen una nueva gramática ni mucho menos. La mayorÃa de las normas aplicables a un correo electrónico ya se aplicaban a una carta de esas que se metÃan en un sobre o pueden pedirse también a un memorándum dentro de una empresa. Eso sÃ, no está de más hacer explÃcita la transferencia de algunas de esas normas al correo electrónico, asà como proponer otras derivadas de las peculiaridades tecnológicas y sociales de este medio. Las normas serán útiles en la medida en que favorezcan la comprensión, la economÃa de tiempo y dinero y la seguridad. Me atrevo a proponer siete reglas que buscan ser útiles en los sentidos mencionados pero que, reconozco, también nacen de mis propias obsesiones y del desconcierto ante ciertas prácticas de mis corresponsales electrónicos.
- No usar sólo mayúsculas. No porque crea que me están gritando (sà creo que escribir algunas palabras con puras mayúsculas, en ciertos contextos, significa tratar a los lectores como tontos que no pueden entender una idea escrita con altas y bajas), sino porque los párrafos son más difÃciles de leer (si se cree que el destinatario está medio ciego, se puede agrandar la fuente sin necesidad de convertir todo a mayúsculas), se dan confusiones entre palabras que pueden ir acentuadas o no (la mayorÃa de quienes usan sólo mayúsculas no emplea acentos) y porque, al menos a mà (una vez más admito que mis prejuicios y obsesiones me impulsan a escribir esto), esos textos me dan la impresión de flojera y descuido, no me provocan interés en leerlos.
- Si se va a reenviar un correo con un chiste, un mensaje inspirador, una advertencia de peligro o un llamado a unirse a una causa, tener cuidado de usar archivos adjuntos sólo si es necesario. Es decir, si un chiste no necesita imágenes y ser contado en capÃtulos estrictos (las diapositivas de un PowerPoint pueden ayudar a crear suspenso o a sorprender), ¡no hace falta insertarlo en una presentación PowerPoint! Basta teclear el chiste en el cuerpo del correo electrónico. Lo mismo puede decirse de cualquier otro tipo de mensaje. ¿Por qué propongo esta regla? Porque los archivos adjuntos hacen lenta la transferencia de los correos del servidor a nuestra computadora, porque llenan nuestros buzones de entrada y porque pueden traer virus.
- Enviar sólo lo que vale la pena enviar. Sé que esta regla es muy general y que no sólo se aplica a Internet, pero no quiero dejar de presentarla. Lo que quiero decir es: refrenar el impulso de hacer clic automáticamente en el botón «Enviar» y, sobre todo, en el botón «Reenviar», revisar el contenido dos o tres veces para determinar:
- Si el chiste que enviamos lo contarÃamos a nuestros amigos cara a cara. Si no lo harÃamos porque no le darÃa risa a nadie, quizá no vale la pena enviarlo. Por lo demás, reconozco que enviar ciertos chistes por escrito ayuda a quienes no tenemos mucha gracia o para descargar en “la red†la responsabilidad de contar un chiste peladÃsimo.
- Si el mensaje inspirador nos dice algo a nosotros o si solamente suena bonito y tiene muchas fotografÃas espectaculares. Si ocurre esto último, uno podrÃa tomarse la molestia de borrar textos sin sentido o cursis y dejar sólo las imágenes (que también podrÃan “subirse†a Facebook o Flickr y sólo enviar el enlace por correo).
- Hablando de mensajes inspiradores: ¿ya confirmaste que esos párrafos que te llegaron de verdad fueron escritos por Borges, GarcÃa Márquez o Vargas Llosa? Si no tienen el prestigio de haber sido escritos por ellos, ¿te siguen pareciendo interesantes o motivadores?
- Si la advertencia de peligro tiene bases reales. No es suficiente el criterio de “por si las dudasâ€. Ya sabemos lo que le pasó a Pedrito por andar asustando con el lobo cuando no habÃa tal.
- Si la causa noble existe o si es tan noble. ¿Ya revisaste si el correo que te llegó y que dice que hay un niño perdido incluye fechas (y fechas recientes), si la casa del niño está en tu ciudad o, al menos, en tu región o paÃs? ¿Verificaste que existe esa polÃtica empresarial a la que te piden boicotear? ¿Está en extinción el canario rayado o siquiera existe?
- Si el mensaje pasó la prueba de la regla anterior, incluir en el cuerpo del mensaje una pequeña nota para que los receptores sepan que uno lo mandó, que no es obra de un programa invasor que reenvÃa mensajes spam o virus automáticamente. Basta con “Les recomiendo estos chistes. Juanâ€.
- Si el mensaje ya pasó todas las reglas anteriores, no lo reenvÃes a quienes sabes que ya lo recibieron. Revisa los destinatarios que incluyó quien te envió el mensaje, en caso de que no estén ocultos (ocultarlos es buena práctica).
- Ir al grano en las noticias e invitaciones. Cuando el tema, la fecha, la hora o el lugar de un evento está perdido en el mensaje hay menos probabilidades de que el lector se interese y asista. Últimamente está de moda hacer invitaciones o comunicar noticias mediante archivos pdf o imágenes que reproducen los carteles con los que se difunde algo en las paredes de las empresas o las escuelas. El “asunto†del mensaje está en blanco o dice nada más: “Conferenciaâ€. Entiendo que, si ya se gastó dinero en diseñadores, se quiera difundir el bonito cartel. Pero, si ya se va a violar la Regla 2 (ver arriba), por lo menos, inclúyanse los datos básicos en un parrafito para no tener que esperar a que “baje†la imagen o el archivo pdf: “Conferencia ‘Cómo escribir correos electrónicos eficaces’, por Juan de las Pitas. Lunes 8 de noviembre en el auditorio Carla Bruni de la Universidad Auténtica del México Virtualâ€.
- Una regla de especial importancia para quienes trabajan en organizaciones: Fijarse bien en el botón en el que se hace clic para responder un correo. No es lo mismo “Responder†que “Responder a todosâ€. No siempre es apropiado causar un sonrojo general al enterar a todos de lo que se respondió al emisor original.
Estas reglas, es claro, no cubren todo lo que puede hacerse para mejorar la comunicación por Internet (no cubren siquiera mis obsesiones con el tema). Tal vez alguien piense que no son de utilidad alguna. Espero, sin embargo, que permitan comunicarme con ustedes, posibles lectores, y recibir sus crÃticas, precisiones o sugerencias de adiciones.
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