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El amor por Caifanes

Ayer asistí con mi hijo al concierto de la banda mexicana de rock Caifanes. Yo conocí y disfruté varias de sus canciones a fines de los ochenta y principios de los noventa, aunque nunca fui gran fan. Quizá eso me permitió tomar distancia y ver lo que vi ayer.

Una vez que los asistentes se tranquilizaron al escuchar que sus familiares en casa estaban bien después del temblor o se resignaron a que no sabrían de ellos hasta que la red celular estuviera restablecida, presencié una multitud que cantó cada una de las interpretaciones del grupo con tal volumen que la voz del vocalista, Saúl Hernández, difícilmente se apreciaba. Por lo demás, él y sus compañeros parecían encantados con eso, con que sus fans se supieran todas las letras y las cantaran con tal vehemencia. Se oían todo tipo de expresiones admirativas, algunas emitidas con toda la intención de exagerar (como un “Saúl, soy tu hijo”) pero reveladoras del amor que el público tiene por este quinteto. La exageración parecía surgir del hacerse conscientes de esa pasión desbordada.

Dije amor por la banda y creo que eso, más que admiración, es lo que los asistentes de ayer profesan por Caifanes. Si bien no he ido a muchos conciertos, he disfrutado suficientes presentaciones de figuras del espectáculo, tanto individuos como grupos, para decir que esa efusividad no es lo ordinario. Nunca antes había visto una devoción exaltada y generalizada como la de ayer, quizá sólo en la lucha libre, donde es más efímera, dura sólo las dos horas de la función. En cambio, el conocimiento de la trayectoria y la producción del Caifanes que evidenciaron al menos los que tenía a mi alrededor es algo que han venido acumulando por años y que parece inspirar sus enamoramientos y decepciones, al igual que sus reflexiones existenciales y hasta políticas. Me imagino que la relación de Caifanes con sus fans chilangos es, guardadas las proporciones debidas, la que los Beatles tenían con la población de Liverpool.

Por su parte, los Caifanes se preocuparon por evidenciar más de una vez la reconciliación que ha hecho posible que se presenten de nuevo ante sus fans desde este 2011. Las manifestaciones de afecto entre ellos eran festejadas por el público igual que un hijo celebraría la reunión de sus padres divorciados.

La fiesta terminó con la satisfacción manifiesta en los rostros de quienes dejaban el Palacio de los Deportes, en sus conversaciones, en las compras de recuerdos, una playera, una fotografía o un disco pirata.

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