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Fe, una canción, lo cursi y la victoria

A fines de los años 70 del siglo pasado mi papá visitó Cuba con motivo de una reunión de la UDUAL (Unión de Universidades de América Latina) coincidente, creo, con otro evento de escuelas de medicina de la misma región. A su regreso, al igual que de otros viajes, trajo numerosas y sabrosas impresiones, así como regalos. Entre ellos estaba un disco LP con canciones sobre la Revolución Cubana, una de las cuales incluía la palabra «Girón» en su título, más no en la letra.

Antes de contar algo sobre esta canción, debo decir que en aquel entonces yo sabía poco de Cuba y su revolución y nunca había oído hablar de Playa Girón. De hecho, seguiría sin saber de ese episodio clave de la política internacional (la invasión de Bahía de Cochinos) por varios años. No tengo claro lo que se pensaba en mi entorno al respecto. Sólo creo recordar que todavía era políticamente correcto, incluso fuera de la izquierda, valorar la Revolución Cubana aunque se tuvieran todo tipo de reservas ante ella.

En todo caso, mis ideas sobre Cuba eran vagas y, ante todo, poco relevantes en mi vida diaria. A pesar de la fuerte presencia de preocupaciones que podríamos llamar sociales en mi ambiente familiar y escolar, Cuba no era un punto de referencia, como después entendí que sí lo era para mucha gente ajena a la clase media de Torreón. Mis referencias eran eminentemente cristianas. Mi interés por la justicia y la injusticia, por la libertad y la opresión, por el cambio y la rigidez social se nutrían y se expresaban en una intensa vivencia religiosa. Pero justo por eso, a pesar de mi relativa indiferencia ante la Revolución Cubana, esa canción cuyo nombre, letra y tonada justo hoy he logrado reencontrar se filtró muy dentro de mí y vino a expresar mis sentimientos y esperanzas.

«Girón, la victoria», de Sara González, compositora y cantante de La Nueva Trova, es como un himno religioso, es como un salmo. Al menos así resonaba en mí al escucharla una y otra vez. Yo no oía un canto propagandístico cubano, que lo era, qué duda cabe. Yo recibía la narración de las hazañas de personas valientes comprometidas con la libertad y la justicia, conscientes tanto de sus dolores y rencores como de su vocación solidaria, tanto de su escala humana como de su trascendencia. Esa narración navegaba sobre una melodía impetuosa, de ritmo triunfante, de ímpetu creciente, avasalladora pero fraternal. Es impresionante constatar lo que enseña el dicho, que lo bien trovado nos hace presentir que estamos frente a una verdad. Y también se puede concluir que si alguien trova lo que parece expresar nuestra verdad, tanto nuestra verdad como el canto se nos presentan más bellos.

Ese canto, pensaba yo, podía ser cantado con toda legitimidad en la misa como un himno de los cristianos que buscaban la justicia. No había incrementado mi interés por la Revolución Cubana más allá de generar una imprecisa simpatía basada en la sospecha de que en ese movimiento habían estado o estaban involucradas personas valientes que luchaban por un mundo más justo. Esa simpatía coexistió con la duda acerca del régimen castrista, alentada por las percepciones que mi papá se formó al visitar escuelas de medicina y hospitales cubanos con su habitual escepticismo sobre casi todo (que cada vez comparto más) y en contra de los esforzados intentos propagandísticos de los anfitriones de aquellas reuniones universitarias.

Cuando dejé Torreón para estudiar en el Distrito Federal, ese disco se quedó en casa. Nunca lo volví a ver y nunca escuché de nuevo la canción hasta hoy que mi hijo descubrió a Silvio Rodríguez y a Pablo Milanés en una librería de la UNAM. Le conté que cuando yo conocí su música a través de otros intérpretes, entre ellos los estudiantes universitarios, no me atrajo sino al contrario. Tanto mis compañeros (entre los que había muy buenos cantantes) como los músicos profesionales reproducían las canciones de La Nueva Trova como si con ello estuvieran haciendo la revolución, perdón, La Revolución. El resultado me parecía cursi. En este caso, entendía y entiendo por cursi aquello que pretende, sin conseguirlo, no la elegancia o riqueza que dice el diccionario, sino el compromiso, la valentía, la grandeza de alma. Con algunas excepciones no escasas, siempre he hallado cursis las canciones «de mensaje», «de protesta». Para encontrar gusto por la Nueva Trova tuve que oír sus melodías con los cantantes originales y, aun así, sólo he llegado a disfrutar de unas cuantas, las menos «de mensaje», las más vitales.

La plática con mi hijo trajo a mi conciencia aquella canción de cuyo nombre sólo me quedaba un Girón. Esa me gustó siempre a pesar de ser «de mensaje». Así que, al regresar a casa esta noche, busqué en Internet algunos versos que recordaba: «Canto y llanto de la tierra, / canto y llanto de la gloria, / y entre canto y llanto de la guerra, / nuestra primera victoria». Encontré la letra completa (leer aquí), la interpretación de Sara González en un concierto y la misma grabación que yo escuché repetidamente hace casi treinta y cinco años (ver aquí), ahora como parte de un video sobre la batalla de Playa Girón y, sobre todo, en elogio de Fidel Castro y compañía. Todavía resuenan dentro de mí algunos de los sentimientos e ideas de mi adolescencia. Me sigue pareciendo un canto religioso. Sólo que su capacidad inspiradora ha disminuido pues también hace surgir en mí una sonrisa triste porque ahora sé a qué se refiere la canción y sé lo que ha ocurrido después de esa «primera victoria»; porque conozco lo que el régimen cubano junto con la política estadounidense (en contra) y otras políticas latinoamericanas (a favor) le han hecho a esas voces representadas por las palabras y las notas de Sara González; porque lo bélico ya no se me aparece bello aunque se recubra de palabras poéticas; tal vez también porque extraño algo de mí.

¿Y qué hay de la canción en sí misma? ¿Es cursi «Girón, la victoria» y lo fue desde la primera vez que la oí y yo con ella? ¿Quiere expresar ideas y sentimientos elevados sin un sustrato real? Quizá, pero no puedo dejar de encontrar autenticidad en el canto de Sara González a pesar de lo ilusorio de la victoria que celebraba. O quizá sólo quiero encontrar autenticidad y la verdadera naturaleza de la victoria.

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Mensaje a la delincuencia organizada en cuatro palíndromos

Se nota, matones
Alaban una bala
No, no nos sometemos, ¿sonó non?
río somos, ¡oír!

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