Archive for mayo, 2016

De maestros y alumnos, iluminados y alimentados

A las maestras y los maestros en su día, en especial, a la memoria de los maestros
María Amparo Navarro y Humberto Rivera Gómez

Un palomazo etimológico

Hace algunos años, en una junta de trabajo en el medio educativo, uno de los asistentes, un funcionario de un organismo internacional, visiblemente exaltado, interrumpió la discusión en curso para exhortarnos a desechar la palabra “alumno”. Con la seguridad que le daba ser funcionario de organismo internacional, nos explicó que ese término era ofensivo para quienes deberíamos llamar estudiantes, porque alumno significaba iluminado. Algo me decía que ése no era el significado de alumno. Pero, sobre todo, me preguntaba: si ése fuera el significado, ¿por qué sería ofensivo?

Algunas horas después, ya en casa, mis sospechas acerca de nuestro etimólogo de ocasión resultaron ciertas. El Breve Diccionario Etimológico de la Lengua Castellana, de Joan Coromines, dice de “alumno”: “1605. Tom. del lat. alumnus ‘persona criada por otra’, y éste de un antiguo participio de alēre, ‘alimentar’”. Según esta definición, un alumno es alguien alimentado o criado por un maestro; ninguna referencia a ser iluminado. (Recientemente, supe de una versión más sofisticada de esta falsa etimología: la a- es privativa, por lo que el alumno es “el sin luz”).

También consulté “estudiante”, palabra que viene de un participio activo, como ser puede ver en el Diccionario de la lengua española en línea, y significa: “adj. Que estudia. U.m.c.s” (esa abreviatura significa “usado más como sustantivo”).

Un alumno es objeto de la acción de otro, mientras que un estudiante realiza la acción de estudiar. Esto me hace estar de acuerdo con el etimólogo internacional en cuanto a preferir la expresión estudiante para designar a quienes, en una relación de enseñanza-aprendizaje, desempeñan el papel de aprendiente (si alguien duda de la existencia de este vocablo, consulte el diccionario).

Estoy de acuerdo con denominar a las personas o sus funciones de la manera que mejor pone de relieve la naturaleza de esas personas y funciones. Y, estoy seguro, si un estudiante no estudia, es decir, si no es un agente activo, no aprenderá. Pero no creo que todos los que llamamos estudiantes de verdad lo sean. Tampoco acepto que la palabra alumno deba ser desterrada de nuestro vocabulario porque destaca la intervención de los docentes, si bien admito que no todos los maestros alimentan a sus alumnos.

¿Por qué es tan malo ser alumno?

Encuentro una consonancia entre el rechazo de aquel funcionario internacional a la palabra alumnos y un cierto clima ideológico  que he observado en algunos educadores y en observadores de los procesos educativos. Ese clima se basa, a mi parecer, en dos supuestos.

El primer supuesto es que, si le damos un nombre a algo, por ese hecho, ese algo se convierte en lo que denota el nombre. Es una forma del pensamiento mágico que se manifiesta frecuentemente en el quehacer educativo, sobre todo entre algunos funcionarios y expertos que los acompañan. Piensan que basta llamar de una forma nueva a las cosas para revolucionar el sistema educativo o parte de él. (Hay que reconocer que, a veces, basta para vender una asesoría o un curso o conseguir la publicación de un libro). Muchos docentes han identificado esta forma de proceder y suelen no creer a los reformadores. Con demasiada frecuencia, tienen razón.

El otro supuesto erróneo es que promover una participación más activa de los estudiantes en su aprendizaje va de la mano con desdibujar al docente y, de pasada, al currículo y a la didáctica, factores que, más bien, obstaculizan el aprendizaje. Los estudiantes tienen una sabiduría mayor que la de cualquier intento educativo. Lo mejor es dejarlos solos para que aprendan (perdón, desarrollen competencias, para usar una expresión que de verdad hará que aprendan). Al disminuir la importancia del docente parece asumirse que la docencia es una actividad que no se puede racionalizar, que no hay ciencia en ella, que sus métodos son arbitrarios. Es decir, que no es una profesión.

Mi hipótesis es que estas creencias vienen de una mala interpretación de las propuestas de psicólogos y pedagogos que han buscado liberar el potencial de aprendizaje de las personas y han criticado a los sistemas y profesionales que lo acotan. Estos pensadores han desmontado conceptualmente las prácticas educativas que ven a las niñas, niños y adolescentes como recipientes a llenar. Desafortunadamente, su labor no ha terminado, porque la educación sigue lastrada por esas concepciones. Pero no creo que Freire, Montessori, Rogers y tantos otros propusieran un papel pasivo para los y las docentes sino un papel muy activo.

Maestras y maestros de los buenos

Una maestra que no cree que ella sola puede llenar de conocimiento a sus estudiantes, es decir, una que favorece la actividad de los estudiantes para aprender, debe ser doblemente activa. No puede quedarse en la exposición de datos o en tomar la lección, mucho menos puede contentarse con contemplar cómo sus estudiantes batallan bajo el pretexto del respeto a la libertad.

Un buen maestro conoce bien el contenido que se espera que los estudiantes aprendan y para qué, reconoce los varios caminos y ritmos para llegar al aprendizaje y cómo se puede ayudar a sus estudiantes a salvar los obstáculos que se pueden encontrar por cada camino. El buen docente está al tanto del progreso de sus estudiantes y busca en su experiencia y formación la manera de ir aportando retos, reconocimiento, corrección, aliento, información y, cuando se requiere, incluso consuelo. También, a veces, puede darse cuenta de que debe refrenarse de intervenir. Y eso también es hacer algo. ¿Casi nada, verdad?

Estas acciones realizadas sobre los estudiantes se pueden designar como guiar, orientar o facilitar, pero no veo problema en decirles alimentar o iluminar. En todos esos verbos existe una acción del docente sobre el estudiante que no consiste en imponerle la memorización sin sentido ni la aceptación acrítica de valores.

El quehacer docente es muy complejo. No es un apostolado que se emprende sin esperar nada a cambio ni es la mera contrapartida de un salario, como ningún trabajo debería ser. Es una profesión con teorías y técnicas, con experiencia acumulada y compartida, que ni las burocracias ni las ocurrencias seudorrevolucionarias deberían ocultar.

Autodidactismo y pedagogenia

Sin duda, siempre han existido personas capaces de aprender sólo con su inteligencia y una buena biblioteca. ¿Pero, es posible la utopía de estudiantes que aprendan por su cuenta sin la ayuda de nadie? No, si se quiere hacer propia una parte significativa del caudal de conocimiento acumulado por la humanidad en un tiempo razonable, digamos, una vida. No, si se quiere plantearse esos problemas clave de la vida humana e ir tomando posturas ante ellos de manera inteligente, creativa, compasiva y solidaria. Es necesaria la ayuda de instrumentos (como los libros de las bibliotecas) y de otras personas que representan y condensan el aprendizaje logrado por la humanidad a lo largo de milenios, son conscientes de la estructura del conocimiento y de las estrategias para alcanzarlo.

Estoy convencido de que no todos los maestros ayudan a sus estudiantes a aprender; que algunos no pueden decir que representan o condensan el saber de la humanidad y que muchos de los problemas que observamos en los procesos educativos se podrían tildar (haciendo un paralelo con la iatrogenia en medicina) de pedagogénicos. Esto es, son producidos por quien enseña o por el proceso de enseñar. Pero, aunque es un recurso muy manido, me atrevo a decir de la escuela, de la institución escolar, lo mismo que Churchill dijo de la democracia: es el peor instrumento para transmitir la cultura de una sociedad a sus jóvenes (y de favorecer su creatividad) con excepción de todos los demás instrumentos.

Alimentado e iluminado

En mi experiencia he sido alimentado e iluminado por geniales docentes, a quienes agradezco saber aparecer y desaparecer, dejarme solo y acompañarme, permitirme encontrar mis soluciones y deshacer un nudo cuando era necesario. En aproximado orden cronológico, Francisco Javier, Cristina, Rosy, Miguel, Paco, Jaime, Germán, José Luis, Silvia, Edgar, Nora, Gabriel, Lucía, Detlef, Laura, Juan, Ann, Tere, Carlos y muchos más que no alcanzo a nombrar: me siento honrado de ser su alumno.

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Presencia del náhuatl en el ¿inglés?

Todo el mundo sabe que el náhuatl ha aportado al español y a muchas otras lenguas vocablos que denominan las contribuciones gastronómicas de mesoamérica al mundo: chocolate, chía, tomate y más. Pero pocos saben (al menos, yo no sabía hasta hace poco) que también la palabra shack puede ser de origen náhuatl. La misma shack que compone nombres de muchos negocios en los Estados Unidos, como la franquicia internacional Radio Shack, y que integra el título de una de las canciones de The B52’s, «Love Shack». Según esta explicación, no del todo comprobada, shack viene del náhuatl xacalli (de la que se deriva el español jacal), que significa casa con techo de paja, según el Gran Diccionario Náhuatl. Aunque otros diccionarios proponen otras etimologías, la app del Oxford Dictionary of English (OED) se inclina por la aquí presentada y data la aparición de shack en la lengua inglesa a finales del siglo diecinueve.

Jacal texano a principios del siglo XX

Jacal texano a principios del siglo XX, tomada de http://www.texasbeyondhistory.net/dolores/images/jacal-1907.html

Shack también es un verbo y significa irse a vivir con alguien, arrejuntarse, pues. En español, jacalear es sinónimo de comadrear, que significa chismear o murmurar y, según el DLE, se dice en especial de las mujeres, aunque bien sabemos que los hombres chismeamos con igual dedicación. Yo he escuchado en poblados rurales llamar a alguien jacalera, para denotar que gusta de ir de visita a casas diferentes a la suya. Me temo que casi siempre se aplica a mujeres y que esto se debe a que se piensa que deben estar siempre en su jacal, muy modositas ellas, sin comadrear.
En su libro Studies in etymology and etiology : with emphasis on germanic, jewish, romance and slavic languages, David L. Gold duda del origen náhuatl de shack, por varias razones, entre ellas que no parecen haber existido contactos frecuentes entre el náhuatl y el inglés. Pero abre la posibilidad de que el aporte haya surgido de los pueblos originarios del ahora suroeste estadounidense que hablaban otras lenguas yuto-nahuas en las que probablemente existiera la palabra xacalli u otra similar. Dado que el término jacal aparece tal cual en el diccionario en línea Merriam-Webster y en la ya mencionada app del OED, me permito adelantar una hipótesis más parsimoniosa: que shack no viene directamente de xacalli sino que llega al inglés a través de jacal, como denominaban a sus casas los colonizadores españoles de la región mencionada, cuando todavía era parte de la Nueva España (ver el libro Hecho En Tejas: Texas-Mexican Folk Arts and Crafts).

Mientras son peras o son manzanas, aquellos que tienen una amada que no es jacalera, tienen que esforzarse para verla, como dice el huapango: «todita la noche anduve rondando tu jacalito, pa’ ver si te podía ver por algún agujerito».

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