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Mayrán
Posted by Humberto Rivera Navarro in Uncategorized on 15 mayo, 2011
A mis padres
Basta plantarse en cualquier sitio de este lago de polvo, levantar la cara y alargar el cuello para darse cuenta de que no hay obstáculos para ver hasta el fin, si este existiera. Aquà el tope de la vista está dado por su propia debilidad o, si más bien se le puede atribuir fortaleza, por la curvatura terráquea que amenaza respetar, sin atreverse, este desierto.
Al dar la cara a esta llanura hemisférica, es tentador creer que bastará con un primer impulso para recorrerla toda: una sola brazada para apartar el aire Ãgneo o un único golpe de remo sobre el suelo fracturado en pequeñas geometrÃas falaces. Al fin y al cabo, los animales secos, por aire o por tierra, hienden ese vacÃo sin esfuerzo.
Navegar entre las flores de cacto, la gobernadora y los reptiles cuasi estacionarios no ofrece problemas, siempre y cuando no se pretenda llegar a ningún lado. Llevar la vista tan lejos como el cristalino lo permite y fijarla allà hasta que el ojo se seque es suficiente para ser atraÃdo hasta ese punto. Y entonces se está listo para deslizarse de nuevo a otra ilusión en todo igual a la anterior, excepto en el brillo de los ojos de las cascabel, la serenidad de las patas de las lagartijas o la espiralidad de los fósiles.
No es difÃcil orientarse de un espejismo a otro y encontrar vestigios de un mar, de un bosque o de un pueblo que ya era perdido desde antes de desaparecer bajo la venganza ocasional del Nazas. Y, en caso de extravÃo, el sosiego llega al corazón tan pronto el oÃdo es alcanzado por el viento solitario y sordo.
Tanto si se avanza como si se elige la inmovilidad, más tarde o más temprano se ve cómo la corteza se yergue y se aproxima hecha de rostros de carbón que flotan sobre torsos igualmente enjutos que miran, miran, miran. Más y más capas se levantan sin que la llanura se rebaje, desnivele o desdibuje. Todos se saben juntos y perdidos. Son intercambiables en el mundo pero indispensables al desierto como el peñasco más perfecto o la más lisa de las veredas sin destino.
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