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Charlar con inteligencia artificial

Hace algunas décadas, con colegas de la Universidad Iberoamericana, escuché una anécdota imaginaria a propósito de la grabación de las clases por parte de los estudiantes (probablemente me la contaron en varias ocasiones diferentes personas). Primero un estudiante llevaba una grabadora al salón de clases y se retiraba, después, otro y otro más lo imitaban hasta que ya no había más que grabadoras ante un docente que optaba por grabar lo que tenía que decir, colocaba su grabadora en el frente del salón y la dejaba allí para que los aparatos de sus estudiantes registraran la lección.

El cuento se puede ver como una ilustración  del extremo al que podría conducir una práctica demasiado frecuente: la de reducir la enseñanza y el aprendizaje a un sujeto que receta un discurso a otros que solo registran lo oído. Hay otro desenlace posible y más eficaz y eficiente, derivado de un supuesto distinto sobre la enseñanza y el aprendizaje. Consiste en que el profesor se da cuenta de que es mejor escribir lo que sabe, dejar que sus estudiantes lo lean (junto con otros textos) antes de la clase y se reúnan a resolver dudas, extraer y ensayar las consecuencias prácticas de ese conocimiento, criticarlo y proponer cómo mejorarlo. Claro que esto le quitaría lo gracioso a la anécdota.

Ahora que la generación de textos mediante inteligencia artificial es lo de moda y una aplicación de teléfono me invita a chatear con IA y GPT-4, no pude más que recordar la historia recién contada y llevarla a un futuro no muy lejano en el que una persona programa su teléfono inteligente para enviar mensajes sobre determinado tema a uno de sus contactos. A su vez, el interlocutor programa su celular para responder a los mensajes del otro. Así los teléfonos tienen una sabrosa charla que alimenta la amistad de sus dueños y les permiten evitar la interacción para dedicarse a sí mismos.

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¿Quien debe pedir perdón a los pueblos indígenas?

Que España pida perdón por la conquista y colonización hecha por sus antepasados sobre las naciones habitantes de lo que hoy es America Latina (no sobre México, que no existía) me parece innecesario. Pero no sería tan descabellado que sus gobernantes reconocieran y lamentaran la invasión y el sometimiento, la violencia y el despojo sufrido por aquellos pueblos, pues, a pesar de que lo que dice su rey, sí es posible juzgar esos hechos desde hoy, simplemente porque ésos y otros hechos similares también fueron juzgados en su momento. Los pueblos ibéricos no aceptaron con gusto la ocupación árabe y lucharon contra ella hasta terminarla poco antes de dirigirse a estas tierras.

Lo impertinente, por decir lo menos, es pedirle a España que pida perdón desde la cabeza de otro Estado que ha estado oprimiendo, discriminando y tratando de desaparecer a los herederos de las naciones mesoamericanas durante dos siglos, incluyendo el tiempo que, para nuestro actual presidente, es la época dorada de la vida pública mexicana: los años del priato hasta el fin del sexenio de José López Portillo.

No se puede hacer un llamado así de manera congruente desde un gobierno que, en esta materia, no se ha distanciado todavía de los anteriores y no tiene mejor propuesta para los pueblos originarios (enfatizo el plural, pues no son todos una misma cosa) que convertirlos en beneficiarios de programas sociales (al estilo neoliberal). El nuevo gobierno ni siquiera ha asumido explícitamente los derechos que esos pueblos tienen según la legislación internacional firmada por México (la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas y el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo, el que prescribe las consultas previas, libres e informadas a los pueblos originarios cuando se proyectan políticas públicas que los pueden afectar) y la nacional (artículo 2o. constitucional, entre otras normas).

Por otra parte, las respuestas internas y externas a favor y en contra de la carta de López Obrador al Rey de España en su mayor parte reflejan el racismo que se ha instalado en la sociedad a la par de las políticas hacia los pueblos indígenas (las expresiones anti-hispanas se adentran más en la estupidez que en la xenofobia). Es una discriminación que busca la desaparición o el blanqueo de la población indígena. Sí, tan blanqueo es querer mezclarlos para aclarar su piel o castellanizarlos a la fuerza como idealizarlos y atribuirles una esencia inmutable y excepcional. Con frecuencia, una y otra forma de blanqueo coexisten en las mismas personas y en las mismas políticas. La forma más ordinaria de combinar los dos tipos de blanqueo se da al confinar el valor de los pueblos indígenas en el pasado remoto y apropiárnoslo, mientras que en el presente se folcloriza e ignora a esos grupos.

Un ejemplo de esto último se puede ver en la mención superficial de sus derechos educativos en el dictamen aprobado la semana pasada en las Comisiones Unidas de Educación y Puntos Constitucionales de la Cámara de Diputados. Adelfo Regino Montes, Director General del Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas, había propuesto el siguiente texto para un nuevo inciso f) del artículo 3o., fracción II:

f) (La educación) Será intercultural, incluirá la educación indígena respetando y preservando su patrimonio histórico y cultural. En las zonas con población indígena se asegurará la impartición de educación indígena plurilingüe e intercultural, para todos los educandos”.

Lo que se votó el 27 de marzo después del manoseo en las comisiones unidas fue:

En las comunidades y pueblos indígenas se impartirá educación plurilingüe y pluricultural con base al respeto, promoción y preservación del patrimonio histórico y cultural.

A mi juicio, la propuesta de Adelfo Regino se quedó corta respecto de lo que un pueblo puede esperar de su educación, pero, en todo caso, hablaba de la educación intercultural con respeto para el patrimonio histórico de esos pueblos. Lo que quedó en el dictamen que se presentará al pleno de la Cámara de Diputados es una educación pluricultural, término este último que pone el énfasis en la cantidad de culturas y no en su entendimiento, como lo plantea la noción de interculturalidad. Además, hay una clara confusión del término pueblo como sujeto de derecho y y de pueblo como asentamiento humano. Pero, más que todo lo anterior, el patrimonio ya no es de los pueblos indígenas (su patrimonio), sino nuestro (el patrimonio). Resulta que respetar ese patrimonio del pasado es importante porque es de los mexicanos en su conjunto, no porque ese patrimonio es parte de la vida actual de los pueblos indígenas. Entonces, lo que quieren los pueblos indígenas para ellos, hoy, a partir de su patrimonio, no es importante.

Si se quiere abrir una época de cambio (los resultados electorales del año pasado la pidieron, pero la toma de posesión no la instauró automáticamente), convendría hacer buenos los primeros cuatro párrafos del artículo 2o. de nuestra constitución política:

La Nación tiene una composición pluricultural sustentada originalmente en sus pueblos indígenas que son aquellos que descienden de poblaciones que habitaban en el territorio actual del país al iniciarse la colonización y que conservan sus propias instituciones sociales, económicas, culturales y políticas, o parte de ellas.

La conciencia de su identidad indígena deberá ser criterio fundamental para determinar a quiénes se aplican las disposiciones sobre pueblos indígenas.

Son comunidades integrantes de un pueblo indígena, aquellas que formen una unidad social, económica y cultural, asentadas en un territorio y que reconocen autoridades propias de acuerdo con sus usos y costumbres.

El derecho de los pueblos indígenas a la libre determinación se ejercerá en un marco constitucional de autonomía que asegure la unidad nacional. El reconocimiento de los pueblos y comunidades indígenas se hará en las constituciones y leyes de las entidades federativas, las que deberán tomar en cuenta, además de los principios generales establecidos en los párrafos anteriores de este artículo, criterios etnolingüísticos y de asentamiento físico.

¿Está clarísimo cómo poner en práctica esos párrafos? No. ¿Es sencillo? No. Pero es lo que hoy manda nuestra Carta Magna y los consensos de Naciones Unidas que hemos firmado, y no lo hemos llevado a la práctica.

¿Quien debe pedir perdón a los pueblos indígenas? El Estado Mexicano y nosotros, los mexicanos no indígenas, aquí, hoy.

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Apple y Amazon, ¿codicia y altruismo?

La conductora del programa En busca del cuento perdido, Sandra Lorenzano, entrevistó ayer, 22 de marzo, a la autora del libro Enredados, Laura García. La publicación trata sobre las redes sociales y, si tiene el enfoque que García mostró en la entrevista, debe ser de mucha utilidad para despejar algunas dudas y prejuicios acerca de ese fenómeno.

A pesar de ser una entrevista interesante, lo que me llamó más la atención fue que, cuando Lorenzano le preguntó a la autora si su libro tenía una edición electrónica, ésta respondió que sí, pero que no sabía si podía decir al aire el nombre de la compañía que lo publica y optó por decir «la compañía de la manzanita». De inmediato dice que pronto habrá otra edición en otra compañía de libros digitales y, sin el menor reparo o pudor, dice «en Amazon».

No es la primera vez que escucho o leo comentarios sobre las grandes compañías de la industria electrónica en las que está implícito que Apple es una empresa hambrienta de ganancias mientras que otros gigantes, como Amazon o Google, son poco menos que organizaciones no lucrativas al servicio de la humanidad. Los comentarios pueden provenir de especialistas -como en el caso de marras- o de consumidores comunes y corrientes.

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La universidad del Siglo 21: un nuevo tronco común

¿Qué debe saber una persona educada del Siglo 21? La revista Wired, en su número de octubre ofrece una respuesta a esa interrogante a través de un hipotético catálogo de cursos de la Wired University para el no lejano semestre de Otoño 2011. Un poco en broma y muy en serio, los siete cursos que proporcionarán un «aprendizaje superior para humanos altamente evolucionados» (dice Wired en la presentación del catálogo) son:

  1. Alfabetismo estadístico (Statistical Literacy). Para entender a un mundo impulsado por datos y también por su manipulación.
  2. Diplomacia post-estatal (Post-state Diplomacy). Para comprender una política sin estado, con nuevos líderes y demarcaciones.
  3. Cultura de la remezcla (Remix Culture). Para aprender a crear arte a partir del arte existente.
  4. Cognición aplicada (Applied Cognition). Para aprender a hacer que la mente trabaje para uno.
  5. Escritura para nuevas formas (Writing for New Forms). Para aprender a escribir ideas relevantes con 140 caracteres o menos. En general, para poder adaptar los mensajes a los diferentes formatos requeridos por los diferentes destinatarios: humanos y cibernéticos.
  6. Estudios del Desperdicio (Waste Studies). Para aprender a ser un «consumidor, inversionista y conservador más inteligente».
  7. Tecnología doméstica (Domestic Tech). Para aprender a «aplicar la ciencia dura y la ingeniería a la vida cotidiana».

¿Son estos conocimientos peculiares de nuestra época o siempre hemos necesitado de ellos? ¿O tal vez sí los hemos necesitado y han existido desde hace décadas o siglos pero tienen modalidades propias del Siglo 21?

En todo caso, yo añadiría, si no una materia, algo que engloba una habilidad tanto como una actitud, y que podría ser transversal a varios de estos cursos: el escepticismo. Su utilidad: identificar los sofismas estadísticos, los supuestos nuevos líderes, los plagios disfrazados de remezclas, la charlatanería seudocognitiva, los estilos de escritura resucitados y adaptados al límite de caracteres en lugar de palabras (¡los twitteros no saben que existió -y existe- el telégrafo!), las medias verdades ecológicas y las falacias de algunos supuestos tecnólogos visionarios.

¿Y tú qué crees que debe saber una persona educada en este siglo? Deja tus comentarios más abajo.

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¿Maestros reemplazados por computadoras?

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¿Puede la nube reemplazar a los maestros? Me encontré esta provocadora pregunta en el sitio Cloud Hacks. La autora del blog, Gina Clifford se plantea la cuestión de si los maestros son obsoletos en esta época de Google, Wikipedia y Skype (sí, la “nube” en este caso no es una de esas masas productoras de lluvia que vemos en el cielo, ni el lugar a donde van con frecuencia los alumnos cuando la clase está aburrida, ni tampoco es una referencia al libro místico medieval La nube del no-saber). La pregunta de Clifford surge de ver un video donde Sugata Mitra, profesor de Newcastle University, en el Reino Unido, relata sus experimentos para ayudar a aprender a niños por sí mismos con la ayuda de computadoras e Internet.

En pocas palabras (para más palabras, vean el video que está arriba), el profesor Mitra muestra cómo diferentes grupos de niños (la mayoría de ellos pertenecientes a sectores que se podrían describir como marginados con servicios educativos deplorables) obtienen nuevos conocimientos y desarrollan algunas habilidades a través de Internet. En algunos de sus experimentos los niños reciben la ayuda más o menos ocasional de personas voluntarias que no son profesionales de la educación, por ejemplo, una joven contadora que vive en el barrio o ancianas con acceso a Internet. Los sujetos de los experimentos siempre trabajan en grupos.

Los resultados, a primera vista, son asombrosos. Niños que sin conocimiento previo de una computadora aprenden en pocas horas a usar las aplicaciones incluidas en Windows; otros que (en cuestión de días) aprenden a navegar por la web y a descargar aplicaciones que usan para entretenimiento o fines escolares; escolares italianos que responden en italiano preguntas planteadas en inglés, idioma que no conocen.

Sugata Mitra saca conclusiones como que “los niños van a aprender a hacer lo que quieren aprender a hacer” o que “los niños pueden aprender a usar las computadoras y el Internet  independientemente de quiénes son o dónde están”. También destaca la importancia del trabajo en grupo. Para sustentar sus conclusiones hace referencia a vagos resultados en pruebas (no da más información para valorar la calidad de estos instrumentos) pero, sobre todo, a anécdotas llenas de hipérboles. Por ejemplo, dice que, gracias a Internet, unos niños llegaron al corazón de hinduismo en quince minutos. ¿Qué quiere decir “llegar al corazón” de un conocimiento”? En quince minutos no se puede hacer mucho más que leer las ideas más generales respecto de cualquier cosa.

La conclusión final (que Mitra considera su hipótesis a probar en el futuro) es que “la educación es un sistema auto-organizado en el cual el aprendizaje es un fenómeno emergente”.

Si uno se fija bien, los resultados no son tan asombrosos y las conclusiones no son tan novedosas. Primero lo novedoso. Que se aprende mejor a partir del interés de los educandos, que el grupo es un factor del aprendizaje y que la libertad potencializa el aprendizaje son cosas que se saben desde hace siglos y que se han formalizado en libros de didáctica desde hace décadas, por lo menos. También son ideas que los buenos maestros han puesto en práctica desde siempre.

Los resultados no son tan asombrosos pues, como suelen decir quienes trabajan con niños, son niños, no tontos. En el caso de los niños italianos, la estrategia que siguen es ingeniosa: traducen las preguntas del inglés al italiano a través de Google, con esos términos buscan en Google la respuesta, la leen y ¿la muestran?, ¿la explican? (eso nunca lo dice Mitra) al investigador. Sí, una estrategia ingeniosa (y muy rescatable) pero no significa que los niños aprendieron inglés ni que comprendieron del todo lo que Google arrojó.

En cuanto a que la educación es un sistema auto-organizado, en primer lugar, Mitra se preocupó en su exposición por destacar que los niños aprendieron solos o casi solos. ¿Qué entiende entonces por educación? ¿Se refiere al proceso social en el que unos actúan como maestros (facilitadores o como se les quiera llamar) y otros como educandos? ¿Quiso decir en realidad aprendizaje (que no está limitado al mencionado proceso social), no educación? Si la educación es un sistema auto-organizado, ¿qué consecuencias se siguen? ¿No ha revisado la literatura existente al respecto? Quizá está inventando el hilo negro.

Con los párrafos anteriores quise relativizar las afirmaciones triunfales que Mitra hace en el video. En todo caso, más allá de las exageraciones e imprecisiones, Mitra ha mostrado formas concretas en que la tecnología puede ayudar a mejorar la educación, y eso me parece muy valioso y digno de ser revisado, mejorado y aplicado. Me propongo buscar sus artículos especializados en los que espero otro tono y más sistema. Mientras tanto, a partir de la mencionada relativización también quiero extraer algunos elementos del video que me parecen interesantes.

En primer lugar , los niños no estaban absolutamente solos. Y no me refiero a los voluntarios no profesionales. Ante todo, hubo un Sugata Mitra que les llevó las computadoras y la Internet y que, poco o mucho, interactuó con ellos. Además, estuvo toda esa información que contenían los equipos o que puede obtenerse en la red. Finalmente, las computadoras, sus programas y la red, dan retroalimentación a quien las usa. Es decir, si uno teclea una palabra en Google, Google da una respuesta: se encontró el término o no, la cantidad de sitios en los que aparece la palabra y los enlaces a los sitios. Si se trata de una aplicación, ciertas acciones del usuario tendrán un resultado y otras tendrán otros resultados, no da lo mismo. Estar solo en términos educativos es no tener acceso a información ni a retroalimentación acerca de si lo que hemos comprendido o hemos hecho es lo correcto. La disyuntiva no está entre la escuela formal y unos niños en una situación irreal de aislamiento (Mitra nunca habla en el video de otros factores que pueden haber influido en lo que encontró, como la familia y los medios masivos de comunicación, o los mismos maestros ordinarios, en algunos de sus experimentos).

En segundo lugar, en algunos de los experimentos, si bien no se puede hablar de una mejora medida científicamente, parece ser que los maestros de los niños (cuando los había) reconocieron un cambio en sus alumnos. Con base en lo que Mitra presenta en el video, sus experimentos no parecen haber echado mano de principios educativos novedosos, como ya dije. Entonces, ¿por qué los maestros no habían podido propiciar en sus estudiantes resultados similares? Me aventuro a decir que la razón es que no habían aplicado esos principios: partir del interés de los educandos, aprovechar los recursos grupales, allegar información a los niños y ayudarlos a aprovecharla, dar libertad para que el aprendizaje genere mayor interés por aprender, etc. En ese sentido, parece sensata la afirmación del autor de ciencia ficción Arthur C. Clarke, quien también aparece en el video: “cualquier maestro que pueda ser reemplazado por una computadora, debe ser reemplazado por una computadora” (traducción libre de un servidor).

Es decir, la pregunta con la que se inicia este texto (¿puede la nube -o las computadoras- reemplazar a los maestros) se puede responder así: sí, si los maestros son malos. Si los maestros son buenos (al menos los maestros de niños, en otras etapas la respuesta puede ser diferente), sólo podrán ser reemplazados cuando un buen maestro previamente programe a la computadora para que haga lo que hace un buen maestro: hacer aflorar la experiencia y los conocimientos preexistentes de los educandos, escuchar, provocar, impulsar, ayudar al estudiante a saber cuándo se equivocó y cuándo acertó (esto es, evaluarlo y ayudarlo a auto-evaluarse), detectar situaciones grupales que reducen la confianza y limitan el aprendizaje y, sobre todo, mostrar confianza en la capacidad del educando.

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