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Misterio gozoso: pianista perdido y hallado en Internet
A principios de los años 70 mi mamá y mi papá llevaron a casa un disco LP con las polonesas de Chopin interpretadas por Adam Harasiewicz, un pianista polaco. El romanticismo patriótico de esas obras, que se manifiesta sobre todo en las polonesas llamadas “Militar†y “Heroicaâ€, cobijaba mis preocupaciones y aspiraciones sobre mi propia vida o la vida del paÃs. Recuerdo cómo me movÃa una anécdota, que ahora considero chovinista y cursi, recogida en el reverso de la funda del disco. Un comentarista polaco contemporáneo de Chopin, ante el nacionalismo que le insuflaban las polonesas de éste, decÃa que sólo lamentaba que su apellido pareciera más francés que polaco, que no se apellidara Chopinsky.
Era mi adolescencia y una época en la que muchos estábamos hartos de la corrupción, el autoritarismo y la injusticia, en la que Estados Unidos no era todavÃa nuestro socio comercial, sino el antiguo invasor y expoliador, asà como la potencia que intervenÃa en la vida de los demás paÃses y la torcÃa. El discurso tercermundista de Luis EcheverrÃa y, más tarde, el pseudomisticismo nacionalista de José López Portillo, asà como las ocasionales salidas del huacal norteamericano realizadas por estos presidentes, no ocultaban nuestra dependencia ni, por supuesto, la situación interior. Amar a México incluÃa hacerse cargo de esto y más, y requerÃa una fuerte dosis de esperanza que en las décadas siguientes muchos convirtieron en acción polÃtica para aportar poco a poco un paÃs mejor en algunos aspectos, aunque su desigualdad y su corrupción siguen doliendo, siguen punzando.
Ya sé que es un lugar común hablar del poder expresivo de la música, pero no puedo dejar de admirarme por la manera en que las polonesas me resonaron tanto como mexicano, a pesar de que contaba con poca información sobre Polonia, su liquidación y resurgimiento, las invasiones, la pérdida de territorio, sus luchas de liberación. Bueno, quizá no es tan extraño: el romanticismo…
No creo haber escuchado aquel disco después de salir de la casa familiar para estudiar la universidad. Escuché versiones orquestales que, sin disgustarme, no me satisfacÃan ni me satisfacen. Parece que algunas obras escritas para un instrumento en particular no se benefician mucho de orquestaciones sinfónicas. Siento que, si las polonesas de Chopin no son generadas por la percusión de los martinetes sobre las cuerdas del piano, no alcanzan toda su fuerza.
En diferentes momentos busqué el disco en las tiendas de música, sobre todo cuando llegaron los CD, pero nunca lo encontré. Hallé las versiones de varios pianistas famosos, algunos polacos. Entre las versiones que me gustaron están las de Arthur Rubinstein y Vladimir Ashkenazy, pero no me sabÃan igual que las escuchadas años atrás.
Al no encontrar siquiera el nombre de Harasiewicz me preguntaba si aquel disco de mi adolescencia no era una de esas grabaciones baratas que se hacen con músicos secundarios y que bajan de precio una y otra vez hasta agotarse y desaparecer de los catálogos, si es que alguna vez estuvieron en ellos.
No sé por qué, al llegar la World Wide Web y, después, la música descargable, no tuve la iniciativa de buscar a Harasiewicz. Sà busqué las polonesas, pero ese pianista no aparecÃa en los resultados. Hoy, tampoco sé por qué, se me ocurrió buscarlo directamente y lo encontré a él y a aquel disco editado por Philips con el que conocà a Chopin.
Resulta que el pianista, nacido en 1932 y vivo todavÃa, fue reconocido en su momento como uno de los mejores intérpretes de Chopin, cuyo repertorio grabó en su totalidad. A partir de mediados de los setenta, dejó de grabar y, al parecer, su quehacer ha consistido en dar clases magistrales, asesorar a otros pianistas y ser juez de concursos de piano. Algún comentarista en Internet opina que su especialización en Chopin no le ayudó a seguir vigente. Eso sucede a veces con los artistas, se encasillan o los encasillan, pero no me acaba de explicar la forma en que Harasiewicz se invisibilizó. ¿Qué lleva a un pianista como a él a abandonar los conciertos y las grabaciones?
Hoy, después de oÃr la “Militar†y la “Heroicaâ€, sentà de nuevo el efecto de las interpretaciones de Harasiewicz, aunque mi forma de sentir mi vida y al paÃs haya cambiado. Esas polonesas saben a casa y, de una manera distinta, aún resuenan con mi conciencia de mi situación y la de México, todavÃa vigorizan una esperanza que está bastante menguada.
Los enlaces a mis dos polonesas favoritas, tanto en Apple Music como en Spotify.
Polonesa No. 3, “Militarâ€
https://music.apple.com/mx/album/polonaise-no-3-in-a-op-40-no-1-military/1452794328?i=1452794335
https://open.spotify.com/track/56QppLEixlTo8CG463RXoe?si=LouCHwQfRGWDfCUacdDdug
Polonesa No. 6, “Heroicaâ€
https://music.apple.com/mx/album/polonaise-no-6-in-a-flat-op-53-heroic/1452794328?i=1452794582
https://open.spotify.com/track/0rU6QXQrFk9Ibgt8u0AY0I?si=YJEOM57iThOF2t10TDQRpg
¿Quien debe pedir perdón a los pueblos indÃgenas?
Posted by Humberto Rivera Navarro in Crítica, Democracia, Derechos humanos, Educación, Historia, Justicia, México, Política, Pueblos indígenas, Sociedad, Uncategorized on 30 marzo, 2019
Que España pida perdón por la conquista y colonización hecha por sus antepasados sobre las naciones habitantes de lo que hoy es America Latina (no sobre México, que no existÃa) me parece innecesario. Pero no serÃa tan descabellado que sus gobernantes reconocieran y lamentaran la invasión y el sometimiento, la violencia y el despojo sufrido por aquellos pueblos, pues, a pesar de que lo que dice su rey, sà es posible juzgar esos hechos desde hoy, simplemente porque ésos y otros hechos similares también fueron juzgados en su momento. Los pueblos ibéricos no aceptaron con gusto la ocupación árabe y lucharon contra ella hasta terminarla poco antes de dirigirse a estas tierras.
Lo impertinente, por decir lo menos, es pedirle a España que pida perdón desde la cabeza de otro Estado que ha estado oprimiendo, discriminando y tratando de desaparecer a los herederos de las naciones mesoamericanas durante dos siglos, incluyendo el tiempo que, para nuestro actual presidente, es la época dorada de la vida pública mexicana: los años del priato hasta el fin del sexenio de José López Portillo.
No se puede hacer un llamado asà de manera congruente desde un gobierno que, en esta materia, no se ha distanciado todavÃa de los anteriores y no tiene mejor propuesta para los pueblos originarios (enfatizo el plural, pues no son todos una misma cosa) que convertirlos en beneficiarios de programas sociales (al estilo neoliberal). El nuevo gobierno ni siquiera ha asumido explÃcitamente los derechos que esos pueblos tienen según la legislación internacional firmada por México (la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos IndÃgenas y el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo, el que prescribe las consultas previas, libres e informadas a los pueblos originarios cuando se proyectan polÃticas públicas que los pueden afectar) y la nacional (artÃculo 2o. constitucional, entre otras normas).
Por otra parte, las respuestas internas y externas a favor y en contra de la carta de López Obrador al Rey de España en su mayor parte reflejan el racismo que se ha instalado en la sociedad a la par de las polÃticas hacia los pueblos indÃgenas (las expresiones anti-hispanas se adentran más en la estupidez que en la xenofobia). Es una discriminación que busca la desaparición o el blanqueo de la población indÃgena. SÃ, tan blanqueo es querer mezclarlos para aclarar su piel o castellanizarlos a la fuerza como idealizarlos y atribuirles una esencia inmutable y excepcional. Con frecuencia, una y otra forma de blanqueo coexisten en las mismas personas y en las mismas polÃticas. La forma más ordinaria de combinar los dos tipos de blanqueo se da al confinar el valor de los pueblos indÃgenas en el pasado remoto y apropiárnoslo, mientras que en el presente se folcloriza e ignora a esos grupos.
Un ejemplo de esto último se puede ver en la mención superficial de sus derechos educativos en el dictamen aprobado la semana pasada en las Comisiones Unidas de Educación y Puntos Constitucionales de la Cámara de Diputados. Adelfo Regino Montes, Director General del Instituto Nacional de los Pueblos IndÃgenas, habÃa propuesto el siguiente texto para un nuevo inciso f) del artÃculo 3o., fracción II:
f) (La educación) Será intercultural, incluirá la educación indÃgena respetando y preservando su patrimonio histórico y cultural. En las zonas con población indÃgena se asegurará la impartición de educación indÃgena plurilingüe e intercultural, para todos los educandosâ€.
Lo que se votó el 27 de marzo después del manoseo en las comisiones unidas fue:
En las comunidades y pueblos indÃgenas se impartirá educación plurilingüe y pluricultural con base al respeto, promoción y preservación del patrimonio histórico y cultural.
A mi juicio, la propuesta de Adelfo Regino se quedó corta respecto de lo que un pueblo puede esperar de su educación, pero, en todo caso, hablaba de la educación intercultural con respeto para el patrimonio histórico de esos pueblos. Lo que quedó en el dictamen que se presentará al pleno de la Cámara de Diputados es una educación pluricultural, término este último que pone el énfasis en la cantidad de culturas y no en su entendimiento, como lo plantea la noción de interculturalidad. Además, hay una clara confusión del término pueblo como sujeto de derecho y y de pueblo como asentamiento humano. Pero, más que todo lo anterior, el patrimonio ya no es de los pueblos indÃgenas (su patrimonio), sino nuestro (el patrimonio). Resulta que respetar ese patrimonio del pasado es importante porque es de los mexicanos en su conjunto, no porque ese patrimonio es parte de la vida actual de los pueblos indÃgenas. Entonces, lo que quieren los pueblos indÃgenas para ellos, hoy, a partir de su patrimonio, no es importante.
Si se quiere abrir una época de cambio (los resultados electorales del año pasado la pidieron, pero la toma de posesión no la instauró automáticamente), convendrÃa hacer buenos los primeros cuatro párrafos del artÃculo 2o. de nuestra constitución polÃtica:
La Nación tiene una composición pluricultural sustentada originalmente en sus pueblos indÃgenas que son aquellos que descienden de poblaciones que habitaban en el territorio actual del paÃs al iniciarse la colonización y que conservan sus propias instituciones sociales, económicas, culturales y polÃticas, o parte de ellas.
La conciencia de su identidad indÃgena deberá ser criterio fundamental para determinar a quiénes se aplican las disposiciones sobre pueblos indÃgenas.
Son comunidades integrantes de un pueblo indÃgena, aquellas que formen una unidad social, económica y cultural, asentadas en un territorio y que reconocen autoridades propias de acuerdo con sus usos y costumbres.
El derecho de los pueblos indÃgenas a la libre determinación se ejercerá en un marco constitucional de autonomÃa que asegure la unidad nacional. El reconocimiento de los pueblos y comunidades indÃgenas se hará en las constituciones y leyes de las entidades federativas, las que deberán tomar en cuenta, además de los principios generales establecidos en los párrafos anteriores de este artÃculo, criterios etnolingüÃsticos y de asentamiento fÃsico.
¿Está clarÃsimo cómo poner en práctica esos párrafos? No. ¿Es sencillo? No. Pero es lo que hoy manda nuestra Carta Magna y los consensos de Naciones Unidas que hemos firmado, y no lo hemos llevado a la práctica.
¿Quien debe pedir perdón a los pueblos indÃgenas? El Estado Mexicano y nosotros, los mexicanos no indÃgenas, aquÃ, hoy.
No seamos Trump
Posted by Humberto Rivera Navarro in Democracia, Justicia, México, Política, Trump on 28 enero, 2017
No seamos Trump.
Trump está cometiendo, entre otros, dos errores.
1. Identificar mal las causas de los problemas de Estados Unidos, lo que lo lleva a inventar culpables y enemigos.
2. Pensar que para engrandecer a su paÃs tiene que atacar a otros.
No cometamos esos errores. Los estadounidenses en conjunto no son nuestros enemigos. Tampoco sus empresas en conjunto. A la mayorÃa de ellos también les afectarán varias de la decisiones de su presidente. Y los más abiertos pueden ser nuestros aliados.
¿Boicotear a Starbucks o a McDonald’s? ¿Tratar mal a los estadounidenses o a otros extranjeros? No inventemos enemigos y culpables. La cerrazón patriotera no se combate con ella misma. Muchas agresiones se ven en el horizonte como para empezar a pelearnos con la parte equivocada. En su momento, los mexicanos tendremos que defendernos con inteligencia.
Mientras tanto, y siempre, a los mexicanos nos toca mejorar a nuestro paÃs:
– Siendo creativos, productivos y eficientes.
– Reduciendo la desigualdad, la pobreza y la injusticia.
– Respetando los derechos humanos.
-Votando con inteligencia por nuestros gobernantes.
– Vigilando al gobierno y exigiéndole resultados en beneficio de la población.
– Combatiendo la corrupción, para empezar, no siendo parte de ella.
– Contribuyendo a la vigencia de la ley.
– Reconociendo que ser corruptos y violar la ley no es la forma de protegernos o desquitarnos de los malos gobiernos, es la forma de alimentarlos.
No seamos Trump.
Presencia del náhuatl en el ¿inglés?
Posted by Humberto Rivera Navarro in Cultura, Historia, Lenguaje, México on 1 mayo, 2016
Todo el mundo sabe que el náhuatl ha aportado al español y a muchas otras lenguas vocablos que denominan las contribuciones gastronómicas de mesoamérica al mundo: chocolate, chÃa, tomate y más. Pero pocos saben (al menos, yo no sabÃa hasta hace poco) que también la palabra shack puede ser de origen náhuatl. La misma shack que compone nombres de muchos negocios en los Estados Unidos, como la franquicia internacional Radio Shack, y que integra el tÃtulo de una de las canciones de The B52’s, «Love Shack». Según esta explicación, no del todo comprobada, shack viene del náhuatl xacalli (de la que se deriva el español jacal), que significa casa con techo de paja, según el Gran Diccionario Náhuatl. Aunque otros diccionarios proponen otras etimologÃas, la app del Oxford Dictionary of English (OED) se inclina por la aquà presentada y data la aparición de shack en la lengua inglesa a finales del siglo diecinueve.
Shack también es un verbo y significa irse a vivir con alguien, arrejuntarse, pues. En español, jacalear es sinónimo de comadrear, que significa chismear o murmurar y, según el DLE, se dice en especial de las mujeres, aunque bien sabemos que los hombres chismeamos con igual dedicación. Yo he escuchado en poblados rurales llamar a alguien jacalera, para denotar que gusta de ir de visita a casas diferentes a la suya. Me temo que casi siempre se aplica a mujeres y que esto se debe a que se piensa que deben estar siempre en su jacal, muy modositas ellas, sin comadrear.
En su libro Studies in etymology and etiology : with emphasis on germanic, jewish, romance and slavic languages, David L. Gold duda del origen náhuatl de shack, por varias razones, entre ellas que no parecen haber existido contactos frecuentes entre el náhuatl y el inglés. Pero abre la posibilidad de que el aporte haya surgido de los pueblos originarios del ahora suroeste estadounidense que hablaban otras lenguas yuto-nahuas en las que probablemente existiera la palabra xacalli u otra similar. Dado que el término jacal aparece tal cual en el diccionario en lÃnea Merriam-Webster y en la ya mencionada app del OED, me permito adelantar una hipótesis más parsimoniosa: que shack no viene directamente de xacalli sino que llega al inglés a través de jacal, como denominaban a sus casas los colonizadores españoles de la región mencionada, cuando todavÃa era parte de la Nueva España (ver el libro Hecho En Tejas: Texas-Mexican Folk Arts and Crafts).
Mientras son peras o son manzanas, aquellos que tienen una amada que no es jacalera, tienen que esforzarse para verla, como dice el huapango: «todita la noche anduve rondando tu jacalito, pa’ ver si te podÃa ver por algún agujerito».
El Chapo, Sean Penn, nosotros
Posted by Humberto Rivera Navarro in Crítica, México, Narcotráfico, Periodismo, Política, Sociedad on 11 enero, 2016
Es claro que la entrevista de Sean Penn a JoaquÃn El Chapo Guzmán es más sobre Sean Penn que sobre El Chapo, como ya varios han dicho (veánse Trejo Delabre en Crónica y Jack Mirkinson en Salon). Trata de la admiración del actor hacia poderosos megalómanos y criminales, de alguien que quiere creerlos menos malos que los poderosos por mandato legal (y, a veces, también criminales). En la medida en que ése es su tema, también trata de todos nosotros, los ciudadanos comunes y nuestra relación con el poder.
El recurso amarillista usado por Penn al decir que se dirigÃa a entrevistar a uno de los dos presidentes de México es más que una exageración de mal periodista. Lo mismo puede decirse de su beatificación de la violencia empleada por El Chapo, de su empatÃa hacia la elección profesional del traficante de drogas y de la falta de criticidad -aunque fuera diferida- hacia las respuestas de su entrevistado. Cuando los hombres y las mujeres de a pie contemplamos la corrupción de los gobernantes, la complicidad de los lÃderes de la “sociedad civil†y la cobardÃa oprimida de muchos de nosotros, surge la tentación de reverenciar a quienes son o parecen ser organizados y eficaces, valientes y asertivos, competidores del Estado -no opositores- desde la ilegalidad.
Antes que Penn, todo indica que la actriz Kate del Castillo ya habÃa sucumbido a esa tentación. Y seguro más de uno ha escuchado a un amigo, a un compañero de trabajo o a sà mismo expresar esa actitud. Pero ni El Chapo ni ningún otro criminal está de nuestro lado. El hecho de que, además de delincuentes, sean personas con afectos familiares y con lealtades gremiales y comunitarias no desvanece sus hechos. Las aberraciones de los polÃticos y de los perseguidores del narcotráfico no compensan las perpetradas por los traficantes. Se podrÃa cambiar la ley para hacer legal la producción, el comercio y el consumo de las drogas -como yo creo que se debe hacer- y ellos seguirÃan teniendo culpas que pagar por el uso de la violencia, por el terror que han diseminado.
De acuerdo, esta entrevista, no tanto por sus méritos cuanto por sus defectos, da para reflexionar sobre más temas. Pero, al final, casi todos tienen que ver con nosotros y el poder, con la manera en que lo buscamos, lo enfrentamos, lo evadimos y lo disfrutamos.
Chistes de polÃticos
Posted by Humberto Rivera Navarro in Crítica, Elecciones 2015, México, Política, Sociedad on 11 abril, 2015
Denigrar a los polÃticos como un grupo, no sólo a individuos, es un pasatiempo nacional al que me uno con frecuencia. Es divertido presentarlos como lo peor de nuestro paÃs (y de casi todos los paÃses) (o de todos). Lo hacemos con artÃculos periodÃsticos, con publicaciones en Facebook y con chistes; con un gesto escéptico cuando un polÃtico expresa una idea o con una frase de descalficación en una conversación de café.
He oÃdo a personas muy serias y respetables oponerse a esta desacreditación generalizante, no a las crÃticas a actos especÃficos de polÃticos especÃficos. Ellas dicen que, al dar por hecho que todos son iguales, se contribuye a reforzar una idea de la polÃtica como una actividad despreciable, lo que lleva al desinterés por ella, con la consecuencia ulterior de dejar la conducción de México en las peores manos.
Además, se puede aducir, la satanización de los polÃticos, sobre todo acompañada de la idealización de los «ciudadanos», es absurda e hipócrita. Los polÃticos también son ciudadanos. Y ser ciudadano no es garantÃa de probidad o desinterés.
Estoy de acuerdo, todos hacemos polÃtica, incidimos en la lucha por el poder de manera directa o indirecta. Lo hacemos al votar y al no votar; al buscar ser electos como «candidatos ciudadanos» o al ilusionarnos con una de esas figuras que se proclaman puras sólo porque no han tenido ocasión de ensuciarse; cuando emitimos opiniones o reproducimos opiniones tomadas de los diarios, la televisión o la radio o cuando hacemos una broma a costa de los polÃticos. Incluso cuando tratamos de mantenernos al margen de la polÃtica, estamos participando, de una manera curiosa, es cierto, en ella. Cuando pienso en esto, hasta me arrepiento de mis excesos en criticar al gremio de los polÃticos profesionales en su conjunto.
Pero escucho los spots electorales que están inundando la radio y las acusaciones que a través de ellos lanza un partido sobre los integrantes de otro. Y confirmo que algunas de esas denuncias están fundadas. Después caigo en la cuenta de la vulgaridad de esas acusaciones, ciertas o no; de lo corrientes que son incluso los spots de «propuesta». Y veo que las propuestas son meras promesas vagas, que no hay una postura o un proyecto (¿lo tendrán pero sus cultos y refinados publicistas les aconsejan no revelarlos?). Cuando mucho hay una indignación por algo que hace otro partido que, por cierto, es lo mismo que el partido indignado ha hecho en otro momento.
Entonces, a riesgo de estar haciendo polÃtica de la manera equivocada, salgo a preguntar: ¿alguien tiene un buen chiste de polÃticos?
El amor por Caifanes
Posted by Humberto Rivera Navarro in Comunicación, Cultura, México, Música on 11 diciembre, 2011
Ayer asistà con mi hijo al concierto de la banda mexicana de rock Caifanes. Yo conocà y disfruté varias de sus canciones a fines de los ochenta y principios de los noventa, aunque nunca fui gran fan. Quizá eso me permitió tomar distancia y ver lo que vi ayer.
Una vez que los asistentes se tranquilizaron al escuchar que sus familiares en casa estaban bien después del temblor o se resignaron a que no sabrÃan de ellos hasta que la red celular estuviera restablecida, presencié una multitud que cantó cada una de las interpretaciones del grupo con tal volumen que la voz del vocalista, Saúl Hernández, difÃcilmente se apreciaba. Por lo demás, él y sus compañeros parecÃan encantados con eso, con que sus fans se supieran todas las letras y las cantaran con tal vehemencia. Se oÃan todo tipo de expresiones admirativas, algunas emitidas con toda la intención de exagerar (como un “Saúl, soy tu hijoâ€) pero reveladoras del amor que el público tiene por este quinteto. La exageración parecÃa surgir del hacerse conscientes de esa pasión desbordada.
Dije amor por la banda y creo que eso, más que admiración, es lo que los asistentes de ayer profesan por Caifanes. Si bien no he ido a muchos conciertos, he disfrutado suficientes presentaciones de figuras del espectáculo, tanto individuos como grupos, para decir que esa efusividad no es lo ordinario. Nunca antes habÃa visto una devoción exaltada y generalizada como la de ayer, quizá sólo en la lucha libre, donde es más efÃmera, dura sólo las dos horas de la función. En cambio, el conocimiento de la trayectoria y la producción del Caifanes que evidenciaron al menos los que tenÃa a mi alrededor es algo que han venido acumulando por años y que parece inspirar sus enamoramientos y decepciones, al igual que sus reflexiones existenciales y hasta polÃticas. Me imagino que la relación de Caifanes con sus fans chilangos es, guardadas las proporciones debidas, la que los Beatles tenÃan con la población de Liverpool.
Por su parte, los Caifanes se preocuparon por evidenciar más de una vez la reconciliación que ha hecho posible que se presenten de nuevo ante sus fans desde este 2011. Las manifestaciones de afecto entre ellos eran festejadas por el público igual que un hijo celebrarÃa la reunión de sus padres divorciados.
La fiesta terminó con la satisfacción manifiesta en los rostros de quienes dejaban el Palacio de los Deportes, en sus conversaciones, en las compras de recuerdos, una playera, una fotografÃa o un disco pirata.
Un México ganador
Posted by Humberto Rivera Navarro in Cultura, Elecciones 2011, México, Política, Sociedad on 16 enero, 2011
Después del famoso puente Guadalupe-Reyes, retomo Notas al pasar y le deseo lo mejor para 2011 a todos los que tienen la amabilidad de visitar este blog. Sin más preámbulo, voy al tema de un México ganador.
Hace algo más de quince años asistà a una función de danza en la que se rindió homenaje a dos miembros de la compañÃa: a la primera bailarina (entonces prometida y hoy esposa de un querido y antiguo amigo), que se retiraba ese dÃa, y a la directora, por su trayectoria. De esta última se leyó una semblanza que impresionó no sólo a los que la conocÃamos superficialmente sino incluso a los enterados. Cuando la directora tomó la palabra se refirió una y otra vez, de una manera y otra, a la lucha que habÃa librado a lo largo de su carrera. No especificó contra quién habÃa luchado pero creo que más de un asistente sospechó de la burocracia cultural y de los colegas envidiosos. Cuando salÃamos de la función, Paco Donovan, un jesuita gringo que tenÃa más de veinte años en México, me dijo, palabras más, palabras menos: “los mexicanos se enfocan en sus luchas y no se dan cuenta de sus logrosâ€.
En efecto, aunque se podÃa atribuir el tono del discurso de la homenajeada a su modestia o a una disposición a disfrutar el camino tanto o más que el arribo al destino, la verdad es que se habÃa presentado como vÃctima sufrida y no como vencedora de obstáculos a pesar de sus innegables y numerosas conquistas. No tengo elementos para decir si esta afirmación de Paco se aplica a la mayorÃa de los mexicanos pero sà tengo algunas experiencias por las que me atrevo a postular la hipótesis de que muchos mexicanos (me incluyo entre ellos, ver mi publicación del 15 de septiembre de 2010) no solemos ver lo que vamos logrando como paÃs.
Sà reconocemos un gran pasado que algunos sitúan antes de la colonia, otros en la Nueva España, en la Reforma, en el Porfiriato o en la Revolución Mexicana, según sus afinidades. Por supuesto, apreciamos nuestra variada y rica naturaleza. No se diga lo orgullosos que estamos de nuestra gastronomÃa. Pero, de alguna manera, todo eso nos fue dado. Sobre lo que hoy somos y hacemos llegamos a señalar nuestra creatividad, entendida casi siempre como habilidad para saltarnos las trancas, pero no mucho más. A veces pareciera que el paÃs funciona (porque, a pesar de nuestras justificadas quejas, mal que bien, marcha) sin mexicanos, que no somos nosotros los que hacemos que las cosas pasen.
Por su parte, los partidos polÃticos refuerzan esta percepción al ofrecer: a) darnos lo que necesitamos porque ellos saben lo que realmente queremos, b) vengarnos de las injusticias que los malos nos han infligido, c) prohibir aquello que nos da miedo o d) recuperar el poder para hacer lo que hacÃan (¿bien?) antes de perderlo sin hacer un ajuste de cuentas con las barbaridades que cometieron. Es decir, entre sus propuestas no está dirigirnos para mejorar juntos al paÃs, para alcanzar un mejor México del que todos podamos sentirnos responsables y orgullosos. Ellos quieren hacer las cosas por nosotros. Parece que lo único que no quieren hacer por nosotros es tomar las decisiones difÃciles que le corresponden a quienes han optado por la polÃtica.
Por lo anterior, me llamó mucho la atención que, en su primer dÃa como presidente, Felipe Calderón dijera (otra vez, palabras más, palabras menos) que querÃa ver un México ganador. Nunca habÃa oÃdo a un polÃtico decir algo semejante. Lo nuestro no parece ser ganar sino ser vÃctimas, tener mala suerte o, si acaso, como la directora de danza, luchar para casi llegar (ver al respecto el artÃculo “¡El que sigue!â€, de Juan Villoro en Reforma del viernes 14 de enero). No sé si esa intención de Calderón (que repitió en el mismo discurso al menos una vez) fue transformada en estrategia de gobierno pero no veo evidencia de que los mexicanos nos sintamos más ganadores. Más aún, no veo que los mexicanos tengamos más deseo que antes de ser ganadores en el sentido de responsables activos del desarrollo del paÃs. Tengo la impresión de que, en general, seguimos esperando que regresen los que dicen que hacÃan las cosas bien olvidando su autoritarismo y su corrupción, que un mesÃas nos vengue de las afrentas sufridas o que alguien ponga orden.
Ahora bien, en el segundo párrafo de este texto di por hecho que los mexicanos tenemos algunos logros por los que podrÃamos sentirnos, al menos, un poquito ganadores. El ensayo «Regreso a futuroâ€, de Jorge Castañeda y Héctor Aguilar CamÃn, en nexos de diciembre me hizo reflexionar al respecto. Los autores sostienen las tesis de que México “es preso de su pasado†(planteada en otro artÃculo un año antes) y de que “es preso también de la idea pobre que tiene de sà mismoâ€. Recogen un gran conjunto de datos variopintos (estadÃsticas, impresiones, anécdotas, opiniones de entrevistados) para afirmar que el paÃs es mejor que lo que pensamos, que es mejor que antes y que sigue mejorando. Su análisis es desigual y más contradictorio de lo que ellos mismos reconocen (por ejemplo, como prueba de lo erróneo de las opiniones negativas que los mexicanos tenemos citan varias veces las opiniones positivas de algunos mexicanos), asumen supuestos cuestionables, pero sin duda logran presentar al lector un panorama mucho más complejo y prometedor que el de un paÃs atrasado sin remedio. No repetiré aquà esa información pues hay acceso libre al artÃculo en la revista, pero no quiero dejar de mencionar que, además de reunir muchos datos útiles, Castañeda y Aguilar CamÃn problematizan los criterios que usamos para valorar lo que hemos alcanzado. No sacan todas las conclusiones sobre ello pero no le dejan a uno otra opción más que reconsiderar los insumos y perspectivas con los que pensamos a México y, de inmediato, voltear para ver de nuevo, con ojos más abiertos, aquello con lo que nos tropezamos a diario.
Plantean también algunos de los nudos a desatar para contar con un futuro mejor. Y al ver hacia adelante señalan lo que le toca al gobierno, en particular al ejecutivo federal, y lo que nos toca a los ciudadanos. Y vinculan a ambos a través del término “liderazgo didácticoâ€. Se trata, hasta donde lo pude entender, de una labor que corresponde a los polÃticos y consiste en reducir la separación entre “las aspiraciones más concretas e inmediatas de la sociedad y las decisiones de grandes cambios que pueden colmarlasâ€. Esto pasa por reconocer lo que piensan, sienten y necesitan los ciudadanos y por ayudarlos a entender cómo se puede obtener lo que quieren y los lÃmites, obstáculos y requisitos que se encuentran en el camino. Hallo muy ricos estos contenidos para la noción de liderazgo didáctico, pero me gustarÃa ampliarlos, pues los veo insuficientes para sustentar un quehacer polÃtico y gubernamental que nos mueva hacia la responsabilidad ciudadana, hacia la participación, hacia querer ser y sentirnos ganadores. El concepto psicológico de autoeficacia viene entonces a cuento.
La autoeficacia consiste en las creencias que tienen las personas acerca de su capacidad de realizar satisfactoriamente una tarea (de esa manera, se puede distinguir la autoeficacia de una persona para el estudio, para ser padre, para cuidar de su salud o para ejercer una profesión u oficio). La autoeficacia está en la base de la persistencia ante los obstáculos, de la planeación de la acción, de la apertura al cambios, entre otras actitudes y conductas constructivas. Para fortalecer su autoeficacia una personas requiere, entre otros factores, percibir sus logros pasados; identificar la relación entre lo que ella hizo y esos logros, al tiempo que admite sus errores y los convierte en oportunidad de cambio; aprender de otros que es posible realizar bien las tareas en cuestión y recibir una retroalimentación positiva por sus acciones y éxitos.
Los polÃticos y gobernantes deberÃan ser promotores de lo que se podrÃa llamar autoeficacia ciudadana. Para eso tendrÃan que favorecer la libre circulación de información objetiva sobre la situación del gobierno y del paÃs en general; presentar los resultados de sus acciones como producto de todos, no sólo de ellos; abrir la discusión de los grandes temas nacionales y abrirse ellos mismos a la discusión; hacer públicos los diferentes escenarios y traer a revisión las experiencias nacionales y extranjeras, sin miedo a reconocer que no tienen todas las respuestas; reconocer con precisión las insuficiencias de ellos y de los ciudadanos para precisar los asuntos pendientes y las conductas a mejorar en los gobernantes y los gobernados; proponer retos a la ciudadanÃa como quien trata con personas capaces de las que se puede esperar mucho. De alguna manera, tendrÃan que ser como los buenos maestros.
Ahora que, por donde se mire, México está en plena carrera electoral, me gustarÃa ver que los partidos polÃticos, asumiendo un liderazgo didáctico, no sólo ofrecieran soluciones sino que propusieran hacernos parte de las soluciones (por supuesto, sin desentenderse de sus obligaciones) para, entre todos, hacer un México ganador, uno cuyos ciudadanos estén orgullosos del presente que ellos mismos han creado, no sólo de lo que otros mexicanos más o menos etéreos les entregaron. Y me gustarÃa que los mexicanos nos hiciéramos cargo de nuestras responsabilidades, entre las cuales están exigir a los partidos planteamientos inteligentes y pensar qué queremos para este paÃs, cómo queremos verlo ganador.
En congruencia con ese deseo, en algunas de las siguientes entregas de este blog retomaré el tema de hoy. Los invito a dejar sus comentarios acerca de su evaluación del paÃs (qué ha logrado, qué no, quién ha hecho su trabajo, quién no) y acerca de qué significarÃa que México fuera un paÃs ganador.
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