Humberto Rivera Navarro

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¿Maestros reemplazados por computadoras?

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¿Puede la nube reemplazar a los maestros? Me encontré esta provocadora pregunta en el sitio Cloud Hacks. La autora del blog, Gina Clifford se plantea la cuestión de si los maestros son obsoletos en esta época de Google, Wikipedia y Skype (sí, la “nube” en este caso no es una de esas masas productoras de lluvia que vemos en el cielo, ni el lugar a donde van con frecuencia los alumnos cuando la clase está aburrida, ni tampoco es una referencia al libro místico medieval La nube del no-saber). La pregunta de Clifford surge de ver un video donde Sugata Mitra, profesor de Newcastle University, en el Reino Unido, relata sus experimentos para ayudar a aprender a niños por sí mismos con la ayuda de computadoras e Internet.

En pocas palabras (para más palabras, vean el video que está arriba), el profesor Mitra muestra cómo diferentes grupos de niños (la mayoría de ellos pertenecientes a sectores que se podrían describir como marginados con servicios educativos deplorables) obtienen nuevos conocimientos y desarrollan algunas habilidades a través de Internet. En algunos de sus experimentos los niños reciben la ayuda más o menos ocasional de personas voluntarias que no son profesionales de la educación, por ejemplo, una joven contadora que vive en el barrio o ancianas con acceso a Internet. Los sujetos de los experimentos siempre trabajan en grupos.

Los resultados, a primera vista, son asombrosos. Niños que sin conocimiento previo de una computadora aprenden en pocas horas a usar las aplicaciones incluidas en Windows; otros que (en cuestión de días) aprenden a navegar por la web y a descargar aplicaciones que usan para entretenimiento o fines escolares; escolares italianos que responden en italiano preguntas planteadas en inglés, idioma que no conocen.

Sugata Mitra saca conclusiones como que “los niños van a aprender a hacer lo que quieren aprender a hacer” o que “los niños pueden aprender a usar las computadoras y el Internet  independientemente de quiénes son o dónde están”. También destaca la importancia del trabajo en grupo. Para sustentar sus conclusiones hace referencia a vagos resultados en pruebas (no da más información para valorar la calidad de estos instrumentos) pero, sobre todo, a anécdotas llenas de hipérboles. Por ejemplo, dice que, gracias a Internet, unos niños llegaron al corazón de hinduismo en quince minutos. ¿Qué quiere decir “llegar al corazón” de un conocimiento”? En quince minutos no se puede hacer mucho más que leer las ideas más generales respecto de cualquier cosa.

La conclusión final (que Mitra considera su hipótesis a probar en el futuro) es que “la educación es un sistema auto-organizado en el cual el aprendizaje es un fenómeno emergente”.

Si uno se fija bien, los resultados no son tan asombrosos y las conclusiones no son tan novedosas. Primero lo novedoso. Que se aprende mejor a partir del interés de los educandos, que el grupo es un factor del aprendizaje y que la libertad potencializa el aprendizaje son cosas que se saben desde hace siglos y que se han formalizado en libros de didáctica desde hace décadas, por lo menos. También son ideas que los buenos maestros han puesto en práctica desde siempre.

Los resultados no son tan asombrosos pues, como suelen decir quienes trabajan con niños, son niños, no tontos. En el caso de los niños italianos, la estrategia que siguen es ingeniosa: traducen las preguntas del inglés al italiano a través de Google, con esos términos buscan en Google la respuesta, la leen y ¿la muestran?, ¿la explican? (eso nunca lo dice Mitra) al investigador. Sí, una estrategia ingeniosa (y muy rescatable) pero no significa que los niños aprendieron inglés ni que comprendieron del todo lo que Google arrojó.

En cuanto a que la educación es un sistema auto-organizado, en primer lugar, Mitra se preocupó en su exposición por destacar que los niños aprendieron solos o casi solos. ¿Qué entiende entonces por educación? ¿Se refiere al proceso social en el que unos actúan como maestros (facilitadores o como se les quiera llamar) y otros como educandos? ¿Quiso decir en realidad aprendizaje (que no está limitado al mencionado proceso social), no educación? Si la educación es un sistema auto-organizado, ¿qué consecuencias se siguen? ¿No ha revisado la literatura existente al respecto? Quizá está inventando el hilo negro.

Con los párrafos anteriores quise relativizar las afirmaciones triunfales que Mitra hace en el video. En todo caso, más allá de las exageraciones e imprecisiones, Mitra ha mostrado formas concretas en que la tecnología puede ayudar a mejorar la educación, y eso me parece muy valioso y digno de ser revisado, mejorado y aplicado. Me propongo buscar sus artículos especializados en los que espero otro tono y más sistema. Mientras tanto, a partir de la mencionada relativización también quiero extraer algunos elementos del video que me parecen interesantes.

En primer lugar , los niños no estaban absolutamente solos. Y no me refiero a los voluntarios no profesionales. Ante todo, hubo un Sugata Mitra que les llevó las computadoras y la Internet y que, poco o mucho, interactuó con ellos. Además, estuvo toda esa información que contenían los equipos o que puede obtenerse en la red. Finalmente, las computadoras, sus programas y la red, dan retroalimentación a quien las usa. Es decir, si uno teclea una palabra en Google, Google da una respuesta: se encontró el término o no, la cantidad de sitios en los que aparece la palabra y los enlaces a los sitios. Si se trata de una aplicación, ciertas acciones del usuario tendrán un resultado y otras tendrán otros resultados, no da lo mismo. Estar solo en términos educativos es no tener acceso a información ni a retroalimentación acerca de si lo que hemos comprendido o hemos hecho es lo correcto. La disyuntiva no está entre la escuela formal y unos niños en una situación irreal de aislamiento (Mitra nunca habla en el video de otros factores que pueden haber influido en lo que encontró, como la familia y los medios masivos de comunicación, o los mismos maestros ordinarios, en algunos de sus experimentos).

En segundo lugar, en algunos de los experimentos, si bien no se puede hablar de una mejora medida científicamente, parece ser que los maestros de los niños (cuando los había) reconocieron un cambio en sus alumnos. Con base en lo que Mitra presenta en el video, sus experimentos no parecen haber echado mano de principios educativos novedosos, como ya dije. Entonces, ¿por qué los maestros no habían podido propiciar en sus estudiantes resultados similares? Me aventuro a decir que la razón es que no habían aplicado esos principios: partir del interés de los educandos, aprovechar los recursos grupales, allegar información a los niños y ayudarlos a aprovecharla, dar libertad para que el aprendizaje genere mayor interés por aprender, etc. En ese sentido, parece sensata la afirmación del autor de ciencia ficción Arthur C. Clarke, quien también aparece en el video: “cualquier maestro que pueda ser reemplazado por una computadora, debe ser reemplazado por una computadora” (traducción libre de un servidor).

Es decir, la pregunta con la que se inicia este texto (¿puede la nube -o las computadoras- reemplazar a los maestros) se puede responder así: sí, si los maestros son malos. Si los maestros son buenos (al menos los maestros de niños, en otras etapas la respuesta puede ser diferente), sólo podrán ser reemplazados cuando un buen maestro previamente programe a la computadora para que haga lo que hace un buen maestro: hacer aflorar la experiencia y los conocimientos preexistentes de los educandos, escuchar, provocar, impulsar, ayudar al estudiante a saber cuándo se equivocó y cuándo acertó (esto es, evaluarlo y ayudarlo a auto-evaluarse), detectar situaciones grupales que reducen la confianza y limitan el aprendizaje y, sobre todo, mostrar confianza en la capacidad del educando.

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Todos contra Hillary Clinton

Las declaraciones de Hillary Clinton acerca de que México se está pareciendo a la Colombia de hace 20 años han logrado unir a nuestra clase política por unos minutos (lo que duran las conferencias de prensa de banqueta) para descalificar a la Secretaria de Estado. Las críticas de nuestros personajes públicos se han concentrado en el hecho de que Clinton asimiló las acciones violentas del narcotráfico a una insurgencia.

Cabe aclarar que estas declaraciones de Clinton fueron sólo una parte de una comparecencia ante el Consejo de Relaciones Exteriores en la que la ex-primera dama y ex-pre-candidata a la presidencia de Estados Unidos hizo más aseveraciones desatinadas. ¿Cómo se le pudo ocurrir considerar insurgencia a la acción del narco? Algunos políticos suelen cometer esas pifias cuando se aventuran demasiado en el terreno de la reflexión.

Pero se trata de un error de análisis tan obvio y tan lejano a una intromisión en los asuntos mexicanos que no amerita la nota diplomática que pidió Fernando Castro Trenti, vice-coordinador del PRI en el Senado, ni mucho menos (algunas de las otras opiniones que expresó en la mencionada reunión con el Consejo de Relaciones Exteriores son más graves, realmente prepotentes). Se trata esencialmente de una tontería que ya parece haber sido corregida por Barack Obama (en una entrevista con el diario La Opinión, de Los Ángeles , que tampoco estuvo dedicada exclusivamente al tema). Sin embargo, se entiende la indignación de nuestros políticos como una forma de evadir el cuestionamiento que les plantea la otra parte de la comparación con Colombia, que es mucho más apropiada: los niveles de violencia –incluidas acciones francamente terroristas- que se ven aquí y ahora son similares a los que se vieron allá y entonces. Claro que recientemente varios analistas han sido mucho más claros y precisos que la Hillary al encontrar paralelos entre Colombia y México y al alertar sobre la posible evolución colombiana de la violencia en nuestro país pero sus opiniones no tienen la visibilidad de las de Clinton. Por eso, lo declarado por ella es amenazante para quienes (desde el ejecutivo o desde el legislativo) no le acaban de encontrar el modo a la lucha anti-narco (tarea que, por lo demás, no me parece nada fácil) pero tampoco parecen querer aprender de la experiencia de otros.

En fin, estaré de acuerdo (también por unos minutos) con los políticos nacionales: la violencia y el terrorismo que estamos sufriendo son muy diferentes a los que tuvo Colombia. Aquí, para secuestrar, extorsionar, asesinar funcionarios, hacer estallar bombas en concentraciones masivas o realizar asesinatos colectivos los narcos no necesitan la ayuda de grupos insurgentes.

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Carlos Monsiváis y Germán Dehesa, dos periodistas que quitaban el velo a los políticos.

Hace tres días murió Germán Dehesa. Hace dos meses y medio, Carlos Monsiváis. Dos escritores muy diferentes pero con algo en común: desvelar a las figuras públicas en sus columnas: la “Gaceta del Ángel” y  “Por mi madre, bohemios”, respectivamente. Dos columnas que tenían esa virtud común. Me explico.

En México hay excelentes editorialistas. Algunos hacen brillantes y orientadores análisis políticos o económicos, otros se especializan en acceder a información oculta que es de interés público para revelarla (también existen los pseudo-analistas que sólo hacen juegos malabares con sus obsesiones ideológicas y los que están a la búsqueda del dato escandaloso o, peor, se dedican a hacer escandalosos los datos más anodinos; de ellos no estoy hablando). Pero hay pocos articulistas en los diarios que hagan lo que, cada uno a su manera, hacían Monsiváis y Dehesa en las columnas mencionadas: mostrar la realidad del traje nuevo de los políticos (de la vida civil, religiosa o empresarial). Pocos como ellos para hacer evidentes las incongruencias, la desvergüenza, el autoritarismo, la irracionalidad o, de plano, la estupidez, esporádicas o crónicas, de esos personajes.

Los políticos tienen buenas y malas ideas y decisiones, que los ciudadanos debemos analizar y juzgar. A eso contribuyen los buenos editorialistas con sus observaciones. Pero, además de esos análisis, para entender a los políticos, para tomar postura frente a ellos, para votarlos y botarlos, necesitamos bajarlos a la tierra, reconocer que los políticos arrogantes no tienen un traje nuevo, que van encuerados, que no tienen un acceso privilegiado a las aspiraciones de la nación, la patria o el pueblo (pero sí acceso privilegiado a medios para satisfacer sus aspiraciones personales), que no son inmunes al error, ni tienen más derechos que los ciudadanos comunes. Para eso, entre otras cosas, servían las publicaciones de los dos escritores recién fallecidos.

Pienso que, afortunadamente, las pérdidas de Dehesa y Monsiváis no son irreparables en términos de ese papel que jugaban (por supuesto, como personas, no hay reemplazo), quedan otros escritores que, también a su manera, desvelan a las figuras públicas. Pienso en las colaboraciones periodísticas de Guillermo Sheridan y Juan Villoro (las de este último quizá se ocupan de los políticos menos asiduamente y no siempre señalan los personajes pero sí las absurdas tramas) y, seguramente, la mata seguirá dando. Pero Monsiváis y Dehesa se extrañan.

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