La reseña de José Antonio Aguilar Rivera del libro Moisés Sáenz: vigencia de su legado (Monterrey, Escuela Normal Superior “Moisés Sáenz Garzaâ€, 2015, de Edmund T. Hamann (nexos), compara las posturas educativas de Sáenz con las de Vasconcelos. Junto a las obvias diferencias, se aprecian las similitudes. Representan dos caminos: la renuncia o la afirmación de lo local/nacional/indÃgena (entendido de maneras no necesariamente ordinarias). Pero en ambos casos se aspira a la universalidad. Uno es pragmatista y protestante, sólo lo que tiene una utilidad concreta es valioso. Entre lo útil/valioso está aprender a disfrutar la vida. Duda Aguilar Rivera si eso materia de la educación o más bien de la religión (o de la filosofÃa, dirÃa yo) y recuerda que el pragmatismo de Dewey se llegó a descarrilar en antiintelectualismo. El otro es católico, metafÃsico, y busca altos valores y conceptos consagrados. Ambos quieren transformar las vidas de los mexicanos. Ambos quieren enseñarles una vida buena.
Me gustarÃa decir que esta discusión sigue en el México actual pero, en realidad, la discusión educativa es muy escasa. El debate se da sobre lo accesorio, no sobre lo que los mexicanos, diversos, aspiramos para los mexicanos: lo común y lo diverso. Y la escasa discusión propiamente educativa, con pocas y valiosas excepciones, es incoherente: universalismos que recortan tramposamente el universo, pragmatismo antiintelectualista mezclado con una exaltación de lo local que los locales no reconocerÃan, propuestas de una nueva escuela que no reconocen a la actual o a cualquier otra como fenómeno social y se diluyen en deseos a los que se hace mucho favor al llamarlos buenos.
Resulta entonces que, cuando se piensa que está a favor de algo o de alguien, bien puede uno estar combatiéndolo, gracias a un pensamiento poco riguroso. SÃ, se necesita rigor en la discusión y el trabajo educativo. La educación no es un campo en el que los problemas se resuelven con términos efectistas pseudo profundos.
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